domingo, 28 de agosto de 2011

“No somos unos vándalos, somos artistas urbanos" | El Heraldo

Por décadas la animadversión entre policías y grafiteros se podría asegurar que es un hecho evidente y hasta necesario. El viejo drama entre el gato y el ratón. Un escóndete que te atrapo.

Por un lado a los representantes de la ley les asiste la responsabilidad de hacer cumplir las normas dentro de la urbe. El lado B de este disco, la representan los jóvenes que impulsados por la necesidad de exponer su concepción del mundo, utilizando los muros de la ciudad como un lienzo, como hojas de papel en blanco, a la espera de unos cuantos trazos.

Wendy Ortegón Loaiza y Diego Felipe Becerra son protagonistas de dos historias y dos destinos ligados a una vieja disputa con distintos finales.

Becerra fue el joven de 16 años que murió luego de recibir varios impactos de bala propinados por un agente de policía de Bogotá en hechos aún no esclarecidos. Dos versiones encontradas circundan esta tragedia. La primera versión ubica a un Diego Becerra escapando de un uniformado al ser sorprendido pintando un grafiti y en el momento de la huida lo alcanzaron las balas por la espalda.

La segunda versión apoyada en las declaraciones de un conductor de una buseta, ubica al joven en medio de un atraco. Al parecer, Becerra se daba a la fuga del agente que lo habría identificado y por eso recibió los impactos.

La historia de Wendy. En Barranquilla, otra urbe, con las mismas necesidades de evasión y de fuga, otra ciudad con sus furias contenidas, también carga a cuestas con su historia de aerosol y verde oliva. Wendy Ortegón, activista de los derechos de la mujer e integrante de la agrupación Uter-rap, en días pasados denunció al subintedente Robinson Polanía por agresión física y verbal.

La joven relata el momento en que decidió estampar su tag, lo que equivale a la firma en el argot grafitero. Justo en el momento en que terminaba su etiqueta, relata que el representante de la ley se acercó atacándola primero verbalmente hasta llegar a los golpes. Wendy interpuso denuncia formal en la Fiscalía. Hoy espera los resultados de la investigación.

Los estigmas del grafiti. El graffiti es una manifestación de orden cultural, social y comunicativa, envuelta de manera activa dentro de la misma atmósfera de una ciudad. Durante años ha cargado estigmas asociados con el vandalismo y la marginación social, debido a su carácter transgresor, rebelde y contracultural que siempre le ha hecho frente a la autoridad.

El graffiti es uno de los 4 elementos que constituyen la cultural hip-hop que a lo largo de los años ha representado el ghetto y las minorías.

Barranquilla tiene sus adeptos, entre los distintos grupos que se expresan de forma furtiva usando los aerosoles y las paredes, los muchachos de Sinfincru, por ejemplo, llevan años dedicándose a esta práctica que algunas veces podría resultarles peligrosa y se debe ejecutar de forma clandestina.

“Yo soy Shot Dmente, ese es mi tag. Shot significa disparo, pero no se trata del disparo que sale de las armas, como ese que salió del policía que le disparó a un grafitero. Este es un disparo de arte”, asegura Eduardo Padilla, estudiante de diseño gráfico y uno de los grafiteros con mayor reconocimiento en este momento en la ciudad.

Lo que dice la norma. Fabián Herazo, secretario Control Urbano y Espacio Público, declaró. “La norma es la 140, que no permite avisos pintados sobre muros. Sin embargo, como esto cabe en la categoría de arte, lo que se tiene que entrar a mirar son los sitios. Porque si se trata de un espacio privado se necesitaría la autorización del propietario.

De resto, para nosotros esa actividad no reviste ilegalidad, mientras no produzca contaminación visual, lo que sí podría traer sanciones económicas ”.

Una pintada suele sacar lo mejor del ingenio popular, incluso a través de este medio la sociedad ha encontrado una manera de expresar su insatisfacción, su sentido del humor, o desahogar sus emociones, constituyéndose en muchos casos, como unos de los actos de rebeldía más antiguos de la humanidad ¡Nunca confíes en una mujer aunque se arrodille. (Bill Clinton) ! Para Carlos Ortega, (Lytto), no hay mayor generador de adrenalina que un muro solitario esperando por un disparo de aerosol.

¡En este lugar, en este agujero, termina el esfuerzo del buen cocinero!

Para (Kut), José Rada, las calles y sus muros no son más que una galería abierta con entrada libre para pintar y exponer su manera de pensar.

¡ El dólar no baja, se agacha para tomar impulso!

Eduardo Padilla recuerda los dolores de cabeza que la ha traído su amor por las latas y la pintura callejera. “Me han puesto a lavar baños, a trapear pasillos. Una vez me negué a lavar unas motos en una estación de policía y me tiraron un baldao de agua fría”.

A pesar de todos los padecimientos, su entusiasmo por su medio de expresión no mengua, no retrocede un milímetro. El coronel, Sergio López, subcomandante de la Policía Metropolitana, declaró. “ Normalmente ese tipo de delitos no tienen medidas de privación de la libertad, son querellables.

Los menores de edad son conducidos a una patrulla de infancia- adolescencia que debe informar a sus padres o responsables. En el caso de un adulto se conduce al inspector de policía y se pone a disposición de un fiscal, dependiendo las condiciones del caso se puede aplicar una multa o la reposición del daño.”

Mientras continúen en pie los muros de nuestras urbes, los furtivos cazadores de lienzos callejeros, pondrán a silbar sus aerosoles y así sentar sus pensamientos, de cara al mundo y al viento.

Géneros del grafiti

‘Art Graffitti’: nace de las calles, del hip-hop, y está conformado por varios subestilos como el ‘Tag’, escrito en un estilo personal y a un solo color.

‘El Throw up’: comprende varias letras o un listado de nombres, y suele llevar más dos colores. El ‘Piece’ resulta mucho más elaborado, y en él se usan como mínimo tres colores, y se emplean varios días en su elaboración.

‘Slogan’: también llamado grafiti público, y estos parten de una opinión personal y expresan una preocupación política o ambiental.

‘Latrinalia’: grafiti de corte privado del tipo que se encuentra en los baños, espejos y puertas; puede tener contenido reflexivo o poético.

Colores, aerosoles , rotuladores, pintores, innovaciones, diseñadores. Aquí no hay nada de publicidad malsana, bienvenidos a la galería urbana. (Yury Ai)

Por Carlos Polo



sábado, 6 de agosto de 2011

‘El Fantasma’ del Joe | El Heraldo


Ahora más que nunca, con la muerte del Joe, los rumores sobre la supuesta suplantación de su voz en tarima volvieron a tomar fuerza. Las voces especulativas le atribuyen a un fantasma el prodigio de replicar tras bambalinas los colores vocales del maestro.

Edwin Gómez, más conocido como El Fantasma, aclara los pormenores de todo lo que se dice.

Con la voz quebrada y entrecortada, intenta organizar sus palabras. De sus ojos resbalan unas lágrimas irredentas que no logra controlar. A escasos cinco pasos yace el cadáver de quien fuera en vida su ídolo, su jefe, su compañero de bembé, en últimas, su amigo.

“Erda mi hermano, esto es como si le desgarraran a uno el corazón, porque es que, el Negro no fue solo mi maestro, mi profesor, sino que era mi llave”. De fondo repican los cueros de los tambores africanos ceremoniales y unas voces negroides corean los cánticos con que le rinden homenaje al bardo del folclor caribeño.

Edwin se tranquiliza un poco. Enjuga sus lágrimas en un pañuelo blanco y en un arrebato emocional, deja escapar de su boca ese sonido particular que el Joe inmortalizó, esa especie de relincho de caballo o graznido de ave de rapiña que era como su sello personal. Y es que hasta en esto le tiene el tiro El Fantasma. A este hombre, que fue su norte y su ejemplo, al que escuchó por primera vez por las esquinas del popular barrio San Roque en los billares y en los improvisados partidos de bola e’ trapo con el picó a todo timbal de fondo.

Esa voz, ese color especial, ese sabor afro de la voz del Joe se le coló en el alma para no abandonarlo jamás. Fuma el barco, fuma el barco canta Edwin con ese ronquete particular que hace recordar enseguida al gran Joe y las similitudes en el tono se hacen evidentes, los gestos, el swing, todo está ahí, imposible de negar y la incógnita se ensancha. ¿En estos últimos años de quebrantos de salud, el Joe tuvo una voz fantasma que lo reemplazaba en tarima en los momentos difíciles?

“Yo le hice un arreglo musical al Joe en la canción Sabré olvidar. Sabré olvidar, ooooo, noooo”. Gesticula, canta y abre los brazos emulando a su maestro y saca de la manga una imitación de la forma como hablaba el Joe “Fantasma pero es que me tienes pillao, el caballito, la forma de hablar, la cantada, oye Fanta, ¿y eso qué es?”.

Desde ese entonces el Joe Arroyo lo invitó a trabajar con él como corista. “Al Joe le dio una isquemia cerebral y estuvo malo por esa época, y el hombre me pidió que le pegara una ayudita: Fanta te necesito en la banda, me dijo. Joe no tenía problemas de voz sino de memoria, por ejemplo, él entraba cantando y si se le olvidaba o se quedaba en la letra, alzaba la verruga y yo me daba cuenta y entraba de una para apoyarlo y hacíamos un jueguito bacano. Mira, yo nunca canté por Joe Arroyo, eso es una calumnia, una blasfemia, un montón de basura que se han inventado”.

Y ese fantasma del chisme se espanta cuando estallan en el recinto las palmas y la canción En Barranquilla me quedo.

Carlos Polo

El caballito, una marca, un sello personal imposible de imitar | El Heraldo


Con la prematura partida del coloso, se fueron con él muchos secretos, melodías, historias. Entre ese complejo universo personal que formó su carácter, su singularidad y su genio, el Joe, se inventó su grito de batalla, su sello personal, ese sonido particular que escapaba de su garganta y que él mismo bautizó como el caballito. Como un corcel negro y brioso, Joe Arroyo registró su relincho distintivo y este se convirtió en su marca registrada.

Explica Mauricio Silva en su libro ‘El centurión de la Noche’ en palabras del mismo Joe cómo descubrió ese singular sonido. “Eso me salió en la playa, cantando contra el viento, porque esa es la manera de crear resistencia en la voz. Así nació y sí, es una contracción de la garganta, este es mí sello, muchos lo han tratado de imitar”.

Juventino Ojito, compañero de tarimas y luchas, recuerda cuando el maestro le habló sobre el tema. “Él me contaba que desde muy niño empezó con la idea de la imitación de un caballo y que era una distracción: Pero ese divertimento se le fue convirtiendo en una cosa que sentía que la podía incluir en sus grabaciones.

También tengo entendido que alguien alguna vez le dio unos tips que era colocarse unas piedritas bajo la lengua y eso lo practicó él”.

Chelito de Castro cuenta que esa característica especial, ese toque particular, era parte de la magia del Joe y que por consecuencia no ha podido ver a nadie que lo pueda hacer igual. “He conocido muchos que tratan de imitarlo, que les sale parecido, pero no. Siempre que tocábamos Echao pa’ Lante el Joe lo soltaba.

Eso tenía que hacerlo sin abusar porque, eso requiere de cierto esfuerzo”.

Para Julio Estrada, el entrañable Fruko, ese fenómeno era único, irrepetible, algo que se le daba al Joe desde dentro, desde la misma esencia. Le nacía de manera innata.

“ Yo estuve de cuerpo presente en los estudios de grabación. Estábamos grabando El Ausente, yo le digo Joe, di algo y al Joe se le ocurrió grabar esa genialidad. Eso es de índole espiritual, como el grito de Tarzán, nada de piedras en la boca, se hubiera cortado u ahogado, ja, ja, ja, ja”.

Por ahora la técnica se fue con el maestro y nada se pierde con intentarlo.

¡Jiiiiiiiiiiiiiiaa!

Por Carlos Polo

‘El Negro Ray’, del fulgor salsero a la venta de almuerzos | El Heraldo


De una vieja grabadora empotrada en la ventana se escapan las azarosas melodías de salsa brava alternadas con algunos informes noticiosos de última hora.

El locutor comenta los detalles sobre el estado de salud del Joe Arroyo. El Negro Ray o Bollo e’ Yuca, como se conoce popularmente a Pedro Pablo Cárdenas, rastrea dentro de su cerebro algunos recuerdos de su infancia en Cartagena.

“Yo anduve pegado al Joe, el hombre cantando y yo tirando pases, estábamos pelaos y andábamos por ahí rebuscándonos, mira las vainas de la vida, ahora ambos estamos jodidos de salud”.

Al lado de las mesas disponen una serie de sillas, ajustando los detalles del comedor improvisado que funciona en la terraza de la casa de El Negro Ray.

Pequeño negocio con el que intenta resolver una situación económica difícil que viene apretando a la familia desde hace más de un año, cuando en la inauguración de un estadero en el barrio Las Moras, en una voltereta de baile, la vida de Pedro giró, giró… unos cuantos grados de alcohol en la cabeza, una tarima demasiado inclinada, el fervor de los timbales de Tito Puente amenizando la faena, la emoción, la velocidad de los pies volando en la descarga, la vuelta equivocada, el vacío y la caída… su médula espinal quedó afectada de tal manera que aún después de la operación y del año y cinco meses de terapias, Bollo e’ Yuca continúa sin poder subir a un escenario.

Pedro tiene 60 años, en el sabor de sus pies, en la gracia de sus caderas y en los contoneos histriónicos de su cuerpo siempre ha estado la fuente de sus ingresos. Bailarín y humorista.

El Negro Ray ha pasado por muchas facetas en esta vida. De niño, al lado de su padrino, recorría los estaderos de música boricua en La Heroica bailando mambo. De ahí nació la inquietud que lo traería hasta la ciudad de Barranquilla, jugándosela en cuanto concurso de baile de salsa apareciera, siempre saliendo victorioso.

De trofeo en trofeo, de medalla en medalla, se fue moviendo entre las capitales más importantes del país, ganándose una reputación que hasta el día de hoy le ha merecido un gran respeto y reconocimiento. En casa de su madre conserva una colección nada despreciable de 69 trofeos y 12 medallas.

El Negro Ray llegó a punta de esfuerzo al Ballet de Colombia, donde logró sostenerse durante ocho años. Pedro Cárdenas se alimentó de mundo. Nueva York, Londres, Bélgica, España, Francia y otros más. Con una vieja carpeta en sus manos, Pedro Pablo enseña los viejos recortes de un ‘periódico de ayer’, donde su vida y sus logros se van destiñendo poco a poco.

El Negro abandonó el Ballet para seguir una carrera en solitario, y de estadero en estadero arrancó con su rutina de fonomímicas, con las que fue cultivando un público. De golpe llegó la televisión. Al lado de sus amigos Ley Martin y Rafael Sequeira, inicia su faceta de humorista. Llegan momentos de abundancia, de contratos, dinero y estabilidad.

El show de Ley Martin, La gozadera y Sabroshow, programas con mucha audiencia. Su popularidad subía, y su vida entraba en un torbellino de desenfreno: gastos, mujeres y licor. Hoy, con su caminar rengo, apoyado en sus muletas, se lamenta de tantos errores ingenuos.

Sobre todo al recordar que cuando podía trabajar, devengaba alrededor de ochocientos mil pesos al mes, y en este momento sino es por el rebusque de los almuerzos no sabría qué sería de él y su familia. El Negro añora con toda su alma el adictivo sabor de los aplausos, la magia dormida que habita en sus piernas.

Sintiendo el abandono y la indefensión en que se encuentra sumido no puede evitar unas lágrimas que resbalan por su rostro.

“Esto es duro, no poder bailar, no poder trabajar, yo estoy solo, la gente me ha dado la espalda, yo necesito ayuda”. Suelta estas palabras, y en su mirada deja entrever la magnitud de su tristeza.

La vieja grabadora escupe una dolida canción de arrabal, lenta, densa, melodramática. Pedro intenta no quejarse, pero el parte médico no arroja un dictamen alentador. Aún le faltan muchos meses de terapias y recuperación. Ray agradece el apoyo de Moisés Imitola y de Lao Herrera, que han estado apoyándolo. Sin embargo, le toca afrontar su realidad con resignación, a los pagadiario en la puerta de su casa, y las terribles ganas de volver a bailar.

Una escena soñada se repite en su cabeza: él totalmente recuperado sacando la candela de sus piernas, montado en una tarima, una luz puntual persiguiendo cada uno de sus pasos. De fondo la canción El militar, de Tito Puente, los cueros estallando y sus piernas como bólidos a toda velocidad, respondiendo, mientras gira, gira…

En sus oídos explotan esos apoteósicos aplausos que representarían el fin de este mal sueño.

Por Carlos Polo

El poeta Carteganero Gonzalo Alvarino avistó una de mis tantas muertes

En un jueves de lluvia mortecina, todos en Barranquilla se parecen a Carlos Polo. Esta tarde de arena mojada llora a un único muerto.
En Barranquilla la muerte tiene los zapatos de Carlos Polo y los arroyos recitan un poema con sus dientes. Y Carlos toma cerveza sucia en La Vía 40, ignora que lo he visto morir en esta lluvia que huele a pescado mientras su voz partida grita en la tormenta.
Carlos escucha esa multitud sin nombre
que busca su escapulario para morir con un lápiz sin punta en la garganta

Gonzalo Alvarino