CASA DE GENARO “ROSTRO DELICADO”, MEDIA HORA DESPUES
Genaro nos recibe emotivo, a todas luces entusiasmado y contento con la visita. Genaro es un tipo en extremo delgado, facciones delicadas y finas, una cabellera que le cae en la espalda, lacia y negra como sus encontradas y tupidas cejas, porta un par de grandes argollas de plata en las orejas; por lo general lleva camisa a cuadros tipo cazadora, jeans desgastados y botas industriales asomando la punta de hierro. A este loco lo sacamos de un bar donde en una época fuimos asiduos clientes. Por lo general nos topábamos por ahí borrachos y el “Rostro” siempre estaba acompañado por el “Alegre”, un loco gozón y vacilador que no hace otra cosa que intentar pasárselo en grande. Toño, el popular “Alegre”, es un mamador de gallo empedernido, mujeriego y de los reales, de esos que no le importa en lo más mínimo el físico, la belleza. La única condición para que Toño se interese en una jeva es que lleve aquello ahí colgado y que funcione, lo demás son arandelas. A mí se me antoja que el loco de Toño es como una especie de Neal Cassidy criollo, siempre viviendo al borde, entre extraños negocios y cruces, buscando la manera sencilla de convertirse en rico de la noche a la mañana. El loco se le mide a lo que sea. Ahí con su carita de niño bonito nadie adivina el terremoto que lleva por dentro. Hoy es un día en que echamos en falta sus bromas y su risa escandalosa, ya que le perdimos el rastro hace más de seis meses. Ni el mismo Genaro sabe mucho de su paradero. Las versiones son difusas y contradictorias: algunos rumores lo ubican fuera del país contrabandeando, otra versión poderosa es que está viviendo con una vieja millonaria en una población fronteriza, otros aseguran que lo vieron trabajando en la zona petrolera y ahora se hace llamar ingeniero. A fin de cuentas la pista más sólida nos llegó a través de un hermano suyo que asegura que anda en un encoñamiento letal, perdidamente enamorado de una prima lejana a la que conoció en las últimas vacaciones y ahora la sigue a todas partes. Al parecer se encuentra instalado a sus anchas en casa de sus nuevos suegros en una población del interior. Aún no comprendemos exactamente cómo este par de alucinados atendieron el llamado de la tribu y se convirtieron en otros peligrosos confabuladores de la pernicia. Leo muestra orgulloso una por una las botellas, acompañado con un gesto sacado de alguna película hoollywodense. “Rostro delicado” nos acomoda en su cuarto. Abrimos el tequila. El “Rostro” trae sal para completar el ritual, la grabadora atropella las canciones de los Sex Pistol. Comenzamos el maltrato del hígado. La mami del “Rostro” nos trae picadas de pollo. Muy amable la señora, demasiado bello para ser cierto. Gustavo manipula la música, cambia a Misfits. El voltaje continua subiendo. Leo arma el jaleo. << ¡Un pogo, un pogo, un pogo! >> La sugerencia se recibe con hilaridad, todos en el centro del cuarto saltando, chocando, pateando, volando contra las paredes. La mami del “Rostro” se asoma, sonríe confundida y deja a su hijo y a sus amigos en la danza tribal contemporánea. Se exorcizan frustraciones, complejos, entre saltos y golpes. Dancing al micrófono, sacude nuestras cabezas, la llamada de la entropía, el origen del caos, anarquía, distorsión, pogo, salto, choque, golpe, patada, jadeo. No hay fuego sagrado, lo reemplazan las guitarras, los riff, la velocidad, el impulso. Somos tribu, salvajes del nuevo orden, educados por la TV, MTV, Hollywood, la radio, las calles. Abrimos nuestras almas al embrujo de la música, la percusión a toda velocidad como nuestras vidas, no hay tregua, la ñata acecha, tan rápido como este punk reventado y sucio. El cansancio gana y cada cual revisa sus heridas. Gustavo lame con agrado una raspadura en su antebrazo, vuelve y cambia. The Clash al turno. Ninguno tiene aliento. El tequila muere; le entramos al vodka con renovada energía. Tengo arañazos en los brazos, seguro fue el perro lobo, es el único con uñas realmente largas. Terminamos la tanda con The Ramones y The Exploited.
La noche cae sin piedad. Salimos a tomar la luna, por fortuna no está llena, hoy no hay espectáculo, nada de aullidos, ni mordeduras. Nos marchamos con las orejas calientes y la falsa felicidad que proporciona el alcohol. Se nos une “Morbo”, que nos rastreó como por arte de magia y apareció justo antes que abordáramos el taxi. El “Rostro” lo pone al día con un trago vital de vodka. “Morbo” es de color trigueño, espigado, cabellera ensortijada y rebelde como su corazón, suele ser receloso y hasta algo hostil, por lo general viste de camiseta blanca, pijama negra y zapatos de goma, odia a casi a todo el mundo, menos a este extraño grupo de compadres, compañeros de viaje con los que comparte el gusto por el rock, la bebida, el porno y todo un montón de ideas disparatadas de la vida, el mundo y un dulce desprecio por esta sociedad que les tocó en turno. El conductor nos observa divertido, le pasan un trago que se empaca sin reservas, y todo es una fiesta. Aunque esto no sea precisamente París y mis amigos no tengan nada que ver con Pound, Fitzgerald, Dos Passos, Joyce, Stein, y yo definitivamente tenga muy poco de la buena fortuna y genialidad de Hemingway. Paramos en un expendio de comida chatarra. Gustavo invita perros calientes para todos. ¡Vaya nombre para un pan, salchicha, y aderezo saturado!, Hambre es hambre y no es momento para pretensiones. Devoramos los cuadrúpedos calientes sin compasión. Echamos a andar unas cuadras. Me ataca el fastidio y la enfilo con un par de despistados que pasan por la calle: <<>> A nadie le cae en gracia mi actitud. Gustavo atraviesa y no escucho lo que habla. Los nenes se esfuman, ninguno aprueba mi salida. Gustavo se acerca:<<>> “Morbo” suelta una carcajada irónica. Se me antoja que es el único que entiende en este momento mi arranque. Total, recibo el trago y dejo que todo resbale como el vodka en mi estómago.
Genaro nos recibe emotivo, a todas luces entusiasmado y contento con la visita. Genaro es un tipo en extremo delgado, facciones delicadas y finas, una cabellera que le cae en la espalda, lacia y negra como sus encontradas y tupidas cejas, porta un par de grandes argollas de plata en las orejas; por lo general lleva camisa a cuadros tipo cazadora, jeans desgastados y botas industriales asomando la punta de hierro. A este loco lo sacamos de un bar donde en una época fuimos asiduos clientes. Por lo general nos topábamos por ahí borrachos y el “Rostro” siempre estaba acompañado por el “Alegre”, un loco gozón y vacilador que no hace otra cosa que intentar pasárselo en grande. Toño, el popular “Alegre”, es un mamador de gallo empedernido, mujeriego y de los reales, de esos que no le importa en lo más mínimo el físico, la belleza. La única condición para que Toño se interese en una jeva es que lleve aquello ahí colgado y que funcione, lo demás son arandelas. A mí se me antoja que el loco de Toño es como una especie de Neal Cassidy criollo, siempre viviendo al borde, entre extraños negocios y cruces, buscando la manera sencilla de convertirse en rico de la noche a la mañana. El loco se le mide a lo que sea. Ahí con su carita de niño bonito nadie adivina el terremoto que lleva por dentro. Hoy es un día en que echamos en falta sus bromas y su risa escandalosa, ya que le perdimos el rastro hace más de seis meses. Ni el mismo Genaro sabe mucho de su paradero. Las versiones son difusas y contradictorias: algunos rumores lo ubican fuera del país contrabandeando, otra versión poderosa es que está viviendo con una vieja millonaria en una población fronteriza, otros aseguran que lo vieron trabajando en la zona petrolera y ahora se hace llamar ingeniero. A fin de cuentas la pista más sólida nos llegó a través de un hermano suyo que asegura que anda en un encoñamiento letal, perdidamente enamorado de una prima lejana a la que conoció en las últimas vacaciones y ahora la sigue a todas partes. Al parecer se encuentra instalado a sus anchas en casa de sus nuevos suegros en una población del interior. Aún no comprendemos exactamente cómo este par de alucinados atendieron el llamado de la tribu y se convirtieron en otros peligrosos confabuladores de la pernicia. Leo muestra orgulloso una por una las botellas, acompañado con un gesto sacado de alguna película hoollywodense. “Rostro delicado” nos acomoda en su cuarto. Abrimos el tequila. El “Rostro” trae sal para completar el ritual, la grabadora atropella las canciones de los Sex Pistol. Comenzamos el maltrato del hígado. La mami del “Rostro” nos trae picadas de pollo. Muy amable la señora, demasiado bello para ser cierto. Gustavo manipula la música, cambia a Misfits. El voltaje continua subiendo. Leo arma el jaleo. << ¡Un pogo, un pogo, un pogo! >> La sugerencia se recibe con hilaridad, todos en el centro del cuarto saltando, chocando, pateando, volando contra las paredes. La mami del “Rostro” se asoma, sonríe confundida y deja a su hijo y a sus amigos en la danza tribal contemporánea. Se exorcizan frustraciones, complejos, entre saltos y golpes. Dancing al micrófono, sacude nuestras cabezas, la llamada de la entropía, el origen del caos, anarquía, distorsión, pogo, salto, choque, golpe, patada, jadeo. No hay fuego sagrado, lo reemplazan las guitarras, los riff, la velocidad, el impulso. Somos tribu, salvajes del nuevo orden, educados por la TV, MTV, Hollywood, la radio, las calles. Abrimos nuestras almas al embrujo de la música, la percusión a toda velocidad como nuestras vidas, no hay tregua, la ñata acecha, tan rápido como este punk reventado y sucio. El cansancio gana y cada cual revisa sus heridas. Gustavo lame con agrado una raspadura en su antebrazo, vuelve y cambia. The Clash al turno. Ninguno tiene aliento. El tequila muere; le entramos al vodka con renovada energía. Tengo arañazos en los brazos, seguro fue el perro lobo, es el único con uñas realmente largas. Terminamos la tanda con The Ramones y The Exploited.
La noche cae sin piedad. Salimos a tomar la luna, por fortuna no está llena, hoy no hay espectáculo, nada de aullidos, ni mordeduras. Nos marchamos con las orejas calientes y la falsa felicidad que proporciona el alcohol. Se nos une “Morbo”, que nos rastreó como por arte de magia y apareció justo antes que abordáramos el taxi. El “Rostro” lo pone al día con un trago vital de vodka. “Morbo” es de color trigueño, espigado, cabellera ensortijada y rebelde como su corazón, suele ser receloso y hasta algo hostil, por lo general viste de camiseta blanca, pijama negra y zapatos de goma, odia a casi a todo el mundo, menos a este extraño grupo de compadres, compañeros de viaje con los que comparte el gusto por el rock, la bebida, el porno y todo un montón de ideas disparatadas de la vida, el mundo y un dulce desprecio por esta sociedad que les tocó en turno. El conductor nos observa divertido, le pasan un trago que se empaca sin reservas, y todo es una fiesta. Aunque esto no sea precisamente París y mis amigos no tengan nada que ver con Pound, Fitzgerald, Dos Passos, Joyce, Stein, y yo definitivamente tenga muy poco de la buena fortuna y genialidad de Hemingway. Paramos en un expendio de comida chatarra. Gustavo invita perros calientes para todos. ¡Vaya nombre para un pan, salchicha, y aderezo saturado!, Hambre es hambre y no es momento para pretensiones. Devoramos los cuadrúpedos calientes sin compasión. Echamos a andar unas cuadras. Me ataca el fastidio y la enfilo con un par de despistados que pasan por la calle: <<>> A nadie le cae en gracia mi actitud. Gustavo atraviesa y no escucho lo que habla. Los nenes se esfuman, ninguno aprueba mi salida. Gustavo se acerca:<<>> “Morbo” suelta una carcajada irónica. Se me antoja que es el único que entiende en este momento mi arranque. Total, recibo el trago y dejo que todo resbale como el vodka en mi estómago.
Fragmento Novela "La Suerte del Perdedor"