Aparentemente es una noche tranquila y rutinaria, sin embargo la inquietud es general, los cuerpos intentan reposar luego de una jornada dura de aseo y volteo.
Dentro de escasos dos días juramos bandera. Por fin, se terminó la etapa de instrucción, toda la compañía va a tomar rumbos diferentes, algunos pasarán a la compañía de servicios, otros se convertirán en dragoneantes, otros, simplemente se quedarán en la fila, los especialistas pasarán a diferentes batallones. Todo nos va cambiar a después del día del juramento de bandera. La moral es que nos vamos de licencia, quince días fuera del batallón, quince días en nuestras casas, en nuestros hogares, una vez más nuestras cómodas habitaciones. La cercanía con la familia y los amigos que se dejaron hace ya más de tres meses, tres meses, en los que estuvimos totalmente acuartelados. Como les decía, la inquietud danza en el ambiente, como gatos excitados saltan nuestros pensamientos por el tejado. Espero con impaciencia la señal, que aún no llega, hoy, soy juez y verdugo, hoy, es la noche, hoy, es el ataque de los superhéroes. Es la noche de los justicieros.
Por fin termina el segundo turno de guardia, los diferentes centinelas se relevan, los minutos se vienen deslizando lentos, pasmosos, aguados. Observó cómo se levanta Aguaman, esto indica que ha llegado la hora y todo va andando tal como lo programamos, atraviesa el alojamiento como una sombra acuática silenciosa y acechante. Preparó mi instrumento de castigo, agarro la tabla que reposa al final de la cabecera, esta es la más dura, la más resistente, la más gruesa, la más poderosa, la acomodo al lado del catre, observo con mesurada paciencia el sueño libido de mis compañeros de alojamiento. Al otro lado una chispa de fuego me indica que el Incendiario también está listo. Veintitrés horas: el ataque de los superhéroes es inminente: Aguaman, Tablaman y el Incendiario se encuentran dispuestos a ejercer justicia como es debido, es hora de ajustar las cuentas, que tiemblen todos los culpables, porque esta noche los paladines de la justicia no descansan, tiemblen palomas, lambones, regalados, sapos de todo tipo e índole. Por cada gota de sudor gratis, por cada una de las volteadas inmerecidas, por cada error que pagó el pelotón injustamente, por cada trasnochada. Por mí y por todos mis lanzas, llegó el momento de ajusticiarlos, llegó el momento de aplicarles el rigor de la justicia, el ataque feroz de los superhéroes.
Cubro el cuerpo entero con una sábana y balanceo la tabla en mi brazo derecho, comienzo a sudar copiosamente, esperando el momento exacto de arrancar con la misión. Aguaman entra con un balde repleto sostenido en sus brazos, se detiene en la cornisa del tiempo. El Incendiario atraviesa los catres con el sigilo de un gato montés, cubierto con una sábana para mantener su identidad totalmente oculta, como es debido. Algunas cabezas se mueven, oliendo la carga dura que camina por el aire, ciertos cuerpos se desperezan estirándose, algunas pupilas abiertas se aguzan. Un extraño estado de alerta aletea sudoroso entre los leves ronquidos de los que duermen desprevenidos.
Minuto 00: el Incendiario enreda un poco de papel higiénico en los pies de Hoyos. Culpable, culpable de lambonería, palanqueo, lloriqueo y lo más grave, aventar a sus códigos con los comandantes. Un sapo de este calibre no merece otra justicia que la flama ardiente y purificadora del Incendiario, la chispa de fuego muerde con rapidez el papel que comienza a arder en cuestión de segundos enredado en los pies del condenado sapo.
Me acomodo justo al lado del catre de Ibarra: culpable, culpable por ser una condenada secretaría que ha evadido todos los volteos, las instrucciones más cabronas, la más duras trasnochadas, por haberme enviado a los condenados tres postes, por organizar los putos turnos de guardia, por salir de permiso con demasiada frecuencia, por haber remplazado el fusil por una berraca máquina de escribir. La secretaria duerme plácidamente, para colmo de mi éxtasis se encuentra boca abajo, como esperando complacientemente el azote de la justicia. Levanto el látigo con fuerza y energía.
El balde se bambolea en los brazos de Aguaman que observa rígido el ronquido potente de Porras, culpable, culpable de equivocarse con frecuencia en las instrucciones de orden cerrado, gimnasia básica con y sin armas, por lento, por todas las volteadas en su nombre, por las visitas a la guardia luego de las veintitrés horas gracias a alguna de sus incontables ineptitudes.
El grito desesperado de Hoyos completa el ciclo: <<¡Aaaaah, hjueputa! Me quemo, aaaah, me quemo, mi teniente, llamen a mi teniente. Aaaah. >>
Aguaman suelta con fuerza el contenido del balde sobre el cuerpo relajado y plácido de Porras, el soldado tontín salta del catre ofuscado con los ojos fuera de órbita, mira para todos lados mientras intenta quitar de su rostro los restos de agua que chorrean por su cara y por todo su cuerpo: <<¡Qué pasa! ¿Qué, qué pasa? Mi abuelita, mi abuelita, donde está mi abuelita. >>
Dejo caer con toda mi fuerza el rígido instrumento sobre el culo dormido de la secretaria, que en una tardía reacción interpone su brazo, el golpe seco produce un delicioso sonido que se hace acompañar con un doloroso lamento: <<¡Ay, ay, ay, ay! Mi brazo, mi brazo, mi brazo ¡Me partieron el brazo!>>
Tres capas fantasmas revolotean por el alojamiento evadiéndose entre las sombras, desapareciendo en la oscuridad. Entre llantos, carcajadas, gritos, lamentos, chiflidos vituperios, complicidad y sorpresa. Los superhéroes cumplen con éxito la primera de sus misiones.
El vozarrón de mi teniente Cristancho retumba en el alojamiento como un grito ahorcado por el sueño, su voz se aflauta y desafina: << ¡Qué se están creyendo conscriptos, aquí nadie todavía ha jurado bandera! ¿Qué es lo que pasa acá? ¡Centinelas, centinelas! ¿Cuál es la guachafita? ¡De pie el quinto pelotón! Vida pà hijueputa, como que se quieren quedar acá metidos y no piensan utilizar sus días de licencia cabrones ¡De pie grasosos! Aparatos de reproducir mierda ¡March a la plaza de armas! ¡March de acá!>> Hoyos, Ibarra y Porras se atropellan entre sus quejas y lamentos, intentando explicar la situación a mi teniente, que escucha visiblemente complacido, intentando disimular una maliciosa y cómplice sonrisa que se acomoda en su boca, dándonos el saludo como nuevos y verdaderos soldados. Pérez me dispara una mirada poblada de fuego que chispea en sus ojos, mientras Pelufo me arroja una sonrisa oceánica, mojada y profunda. Hoy, dimos una muestra gratuita de poder, ya sabemos como ajustar las cuentas entre nosotros. En escasos dos días, nos graduamos, por decirlo de alguna manera, el día del juramento de bandera es nuestro primer día como verdaderos soldados de la patria, de aquí para allá lo que venga ¡Normal, estamos en el glorioso!
Por: Carlos Polo
Cuento del libro ganador Concurso UIS 2009.