lunes, 22 de diciembre de 2008

Ciudad Insomia



Una luna redonda y naranja atravesada en el firmamento nos regala su sonrisa maliciosa, satisfecha prepara sus seductores influjos y alista sus binóculos de voyeur consuetudinaria. Una noche célibe decanta sus derroteros, es la hora justa donde la navaja silva en los rincones oscuros, y los canes vomitan sus canciones solitarias, Hoy es un día cualquiera, la semana joven aún acaricia su modorra. Barranquilla es humedad, calor, polvo y viento. Seres vencidos de cansancio y hastío se comprimen es sus confortables habitaciones, mañana es un día más de labores, otro igual de calcado. Sin embargo el panorama no es el mismo en donde el neón insomne no parpadea y los sueños se socavan bajo el humo y la risa.

Bulevar de Simón Bolívar, más allá de la media noche.

Esta esquina ha sido testigo de innumerables crímenes e injusticias. Aquí las penas llegan sedientas a ahogar su sed etílica, enterrando sus sinsabores, en la radio suena una y otra vez la canción insigne de la nueva ola. Yo no sé que te pasa, yo no sé que te pasa, y continúa el trabalenguas donde sólo se entienden frases sueltas como; ir, bailar. Y una vez más. Yo no sé que te pasa. Los habitantes de está noche tararean y simulan interpretar acordeones invisibles y aquel chico inquieto y talentoso que compuso está canción hoy es un recuerdo, un mártir al mejor estilo de los antiguos rockstar, “vive rápido acelerado y muere joven”. Yo no sé que te pasa, yo no sé que te pasa. Algún entusiasta grita emocionado ¡Kalé porque te fuiste y no me llevaste nojoda! El bordillo soporta el peso de cada uno de nuestros cuerpos, agua, grasa, piel y huesos, sosteniendo nuestras penas y culpas, un guiño mal intencionado de la luna llena, nos llega para invitarnos a seguir cabalgando en el lomo de la noche. La estera del expendio de licores se cierra con brusquedad, hace más de media hora que nos están echando de este lugar. Hoy es un día ordinario como cualquiera y los horarios tienen que respetarse. En este sin sentido trasiego me acompañan un ex policía cincuentón y dicharachero, un ex comerciante que hoy día se la está jugando por la música y tres chicos del barrio en la movida del desocupe. Un grupo dispar alentado por la cosa de la luna de Barranquilla que maravilla, ese yo no sé qué, en yo no sé donde que la hace especial. Un ramo de cervezas en lata se pasea de mano en mano y entramos apretujados en un taxi, las llantas lloran un compás salvaje y la rueda del destino gira una vez más hacia un punto ciego y desconocido.

Barranquilla subterránea.

Atravesamos raudos la calle de las vacas, solitaria y temeraria en esta hora del asalto, el viento menea a su voluntad las cabelleras de los árboles, dentro del taxi alguien intenta cantar mal el trabalenguas del difunto. Yo no sé qué te pasa, yo no sé qué te pasa, cantar, bailar, umjum. Tarintatán, pero, ujum, ajam, qué te pasa. La ciudad nos ofrece su rostro sin maquillaje, ese rostro totalmente ajado lleno de cicatrices y penas añejas. En un santiamén estamos bordeando el viejo y popular Parque Almendra en este momento apagado y somnoliento, rodamos un par de cuadras más y el taxi se acomoda en medio de un par de autos que sueltan también su contenido de sujetos perniciosos que como ladrones empedernidos de luces y de sombras entramos en busca de un baile para el alma, de un sonido que le regale a estos corazones remendados un rato de diversión. “La Cama” es el nombre que me vota el ex ley cuando pregunto donde estamos, había escuchado bastante de este amanecedero y por fin se me presenta con su tufo neblinoso de cigarrillo, sus chicas de alquiler y su tumbao de salsa brava. Quítate de la vía perico que hay viene el tren. Me atropella Maelo el sonero con su bembé. Si pudiera saber, que el perico era sordo, yo paro el tren. No sé por qué, pero esperaba un lugar más grande y más concurrido. Nos apostamos en la barra llenos de expectativa mirándonos como tontos perdidos y la pregunta que nadie se atreve a lanzar es tan evidente que se dibuja en los rostros con claridad “Y AHORA, QUÉ” el lugar se me antoja pequeño y vacío como nuestros corazones. Uno que otro espíritu en pena negociando los placeres fugaces de la carne. La tropa se reagrupa y partimos sin decir adiós. Soy, como va la brisa que, siempre de prisa no, no anuncia su partida, y, como el dinero soy, donde yo quiero voy, sin una despedida. Con la tonada de Hansel y Raúl nos marchamos peinando las calles mudas repletas de piojos, perros abandonados, garrapatas y basura suelta por hay. Un taxista temerario y necesitado se arriesga con nosotros y nos votamos en busca de la calle Murillo donde en un espacio mínimo de dos cuadras encuentras una variedad de burdeles que funcionan a diario y hasta bien entrada la madrugada, desembocamos justo en frente del gran centro comercial que a esta hora luce sin vida, un cartel maltrecho y poco estético nos mira y sonríe. “Lindas Chicas” el aire acondicionado a todo full, la música a unos decibeles exagerados, nos dan la bienvenida, como nota sorpresa una chica esbelta contorsionándose desnuda, haciendo monerías apoyada en una barra plateada, la chica capta toda nuestra atención y nos sentamos lo más cerca posible hechizados con su mirada y su embrujo, una mujer exagerada y voluminosa se nos acerca, la canción que suena es una serie de gemidos acompañados de sonidos de látigos y unos repetitivos beats electrónicos que suben y bajan de revolución dependiendo del nivel de excitación que sugieren los gemidos. Luces, hielo seco, todo un concierto programado para manipular a los pobres sujetos que aquí nos encontramos babeando por los ojos. La mujer voluminosa nos despacha una tanda de cervezas y uno de los muchachos se exalta y grita codeándonos retorciéndose de la risa ¡Ya la pillaron, ya la pillaron, le falta la delantera, pillen, no tiene a Valenciano, ni al Tino! Se dispara una tonta discusión sobre la selección y los delanteros ideales, y saltan nombres al azar, Rodallega, Herrera, Perea, Pino, Moreno. Evidentemente a esta flaca seductora le hacen falta los dos dientes de adelante, como un tic nervioso intenta evitar a toda costa poner en evidencia su problema con un efecto totalmente opuesto y el goce del momento deja de ser su cuerpo al natural y la atención se fija en cada cuanto el tic nervioso manifiesta su desgracia ¡Aquí viene, aquí viene, vela, los peló! Y la chica ha sido bautizada como Sindi, sindientes, y los gritos descarados ¡Bravo Sindi, eso, Sindi! No queda otra que contagiarse de esta imprudente fiebre ¡Ríete Sindi, una risa Sindi! El resto de la clientela se muestra seria e incomoda, la mayoría con aspecto de gente del interior de esos de mochila, sombrero, botas y bigotes. Termina el show y de los parlantes truena el rugido de un corrido prohibido con toda la fuerza. Una cruz de marihuana…Mi amigo el músico me toma de la mano y salimos afuera donde nos atropella el sonido del viento que en esta época es tenaz y persistente, entró casi a empellones a un taxi que acaba de vaciar su carga y antes de arrancar sale del local el ex policía y sube trastabillando con el carro ya andando. Se suelta una discusión entre risas sobre quien pagaría la cuenta de los que se quedaron entusiasmados gritando ¡Bravo Sindi, eso una risa! Agarramos la calle murillo derecho viendo las ruinas de lo que en otras épocas fue el nido de las noches de burdel en la ciudad, ésta ciudad, la mía, la de los trasnochadores, la de la otra cara. Pasamos la vieja e imponente iglesia Chiquinquirá Y alcanzo a ver una mano que se persigna y otra que engulle una cerveza, enseguida la antigua sede de Brasilia albergando sus locos e indigentes, el cementerio, los travestidos de la esquina de la treinta y ocho, luego el parque de los enamorados y sus horribles manos gigantes atravesadas por un tornillo como metáfora de quién sabe qué putas. Bajamos justo por la carrera cuarenta y una, unas dos cuadradas y nos chocamos de frente con una mancha amarilla de carros de servicio público, unos que bajan otros que suben, venta de chuzos, de fritos, carros particulares que entran y salen.

Ciudad insomnia, poco más de las tres de la madrugada.

El lugar se llama “La Calera” en la entrada un par de tipos altos con sendas barrigas y brazos inflados controlan el pago de la tarifa y el no ingreso de armas, el movimiento es tal que nos vota la sensación de estar comenzando la noche, gente de todos los estratos, colores y posturas, tribus urbanas convergiendo en el mismo espacio, los amigos del blin blin, camisas anchas, gorras de los yanquis volteada, tenis vistosos, pantalones anchos que enseñan el comienzo de un interior preferiblemente de marca. Más duro papi, más duro, más duro papi más duro. Se queja el estribillo de una canción que no dice más nada, una y mil veces el mismo más duro papi. Dentro en total orden se mezclan, los jíbaros, travestis, lesbianas, chicos de la cultura hip hop, reggaetoneros, rockeros, pachangueros, putas, gente del barrio, aspirantes a traquetos, hasta Emos forrados de negro con sus descaderados justos al cuerpo y el berraco copete que les oculta la mitad del rostro, toda una sociedad nocturna flexible, tolerante entre si y sus diferencias, la democracia real en su más pura expresión, para qué pensar en Ámsterdam si esto lo tienes a la vuelta de la esquina, todos con un mismo fin, la diversión. Una gran mayoría aspirando ese pedazo de luna blanca que su cuela por sus narices. Es que tu estas tan buena, es que tu esta tan buena, sigue moviendo las caderas. La extraña comunidad baila y gira en su celeridad. Como un Milkyway. Y Esta canción compara a la mujer con un dulce de confitería ambulante y todos bailamos su ritmo monótono y pegajoso. Es que tu estas tan buena. En las pista los géneros pierden su sentido y todos es libertad, paz y amor, una extraña consigna anacrónica y fuera de lugar y se incendian los cigarros de la risa y se encienden los sueños verdes y las luces se apropian del pecho y se suelta una canción que todos cantan con gracia y sentimiento cuando llega el coro puedo asegurar que las paredes del recinto tiemblan. Aaaaaay que bonita es está vida. Brindamos por lo bella que es la vida y por este bar que no cierra, por la ciudad y sus recovecos y porque nunca dejará de sorprendernos. Una bella dama de alquiler se me acerca y colocando su rostro a un centímetro del mío susurra “Si quieres jugar con candela, esta es tu oportunidad” la miro directo a los ojos sin responder nada y me suelta una perla negra que se escurre por mis oídos “Niño sacúdete esa tristeza que te va a terminar matando” da un giro teatral y se esfuma entre el bullicioso, las risas y el humo, llevándose entre su falda una promesa. Un poco aturdido salgo a tomar aire a la calle, me tropiezo de frente con una venta de chuzos y me empaco un par recordando un poco la leyenda urbana, esa que asegura que son preparados con carne de gato, de gato o no, no es una buena hora para semejante reflexión y el estomago vacío lleva la delantera. El par de figuritas que me acompañan por este recorrido internados en la madrugada salen del local cada cual con un ramillete de cerveza en lata en las manos, me hacen señas y nos ponemos una vez más en camino de no sé donde, buscando la comba de la noche, el alarido del gallo, la quinta pata del gato. El conductor del taxi recibe una de las cervezas y la destapa satisfecho, las indicaciones son que nos ubique en un lugar conocido donde a esta hora de la madrugada aún nos atiendan, el hombre muy hacendoso se suelta en un chorro de ideas, que La cama, que Cosmos, que La arenosa. En fin toma la carrera cuarenta y tres subiendo y sin mediar palabra nos pasea a su libre comodidad hacia el norte a un lugar secreto que él conoce y según es la hora adecuada, es el momento del furor. Así que enrumbamos hacia los extraños escondrijos de la subterránea curramba. Aterrizamos cerca de la carrera treinta y ocho con sesenta y cinco o algo así, en este momento no puedo dar fe de mi absoluta lucidez, menos aún con la cantidad de cerveza que flota en mi cerebro.

La dimensión desconocida.

La fachada es de una casa de familia común y corriente, completamente normal, una señora de unos setenta y tantos años nos recibe con visibles rastros de sueño en su rostro, se nota que la sacamos de la comodidad de su cama, nos hace seguir con el mejor de los rostros complacientes, su cara aguza un gesto ensayado de comadrona experimentada, entramos por un pasillo largo y estrecho que conduce a un bar deshabitado y solo, la comadrona nos muestra unas pequeñas habitaciones donde encontramos unos solitarios muebles viejos, terminamos en un patio ambientado de manera tropical igual de desolado. La comadrona desaparece en una de las tantas extrañas puertas prometiendo volver con “las niñas” la manera en que la casa se encuentra repartida, el ambiente sus soledades, el terrible silencio me hace evocar algún capitulo de la afamada serie que se ocupaba de fenómenos paranormales La dimensión desconocida, la sensación se hace tan fuerte que un escalofrío me recorre el cuerpo entero y me siento protagonizando uno de los capítulos. Una extraña salmodia repetitiva y agobiante llama mi atención donde funciona el bar con su barra y la pista de baile, me encuentro con una mujer sola y ensimismada emitiendo una serie de extraños sonidos, el corazón se agita y me acerco sigiloso hasta el ultimo rincón del recinto donde la enigmática mujer repite una y otra vez con los ojos cerrados y en un rictus como de trance espiritual una absurda salmodia “conqueconqueconque conqueconqueconqui” siente mi cercanía y abre los ojos de súbito y para aromáticamente la salmodia. Me mira directo a los ojos y vuelve a su trance como si yo no existiera “conqueconqueconquiconqueconqueconqui” me sobresalta la presencia del músico a mi lado, me pregunta con señas por la extraña mujer y sin más se coloca enfrente de la mujer, bailando y sacudiéndose al estilo de Mick Jagger repitiendo en un loco arrebato la extraña salmodia en voz alta mientras sacude la pelvis, camina como egipcio y canta, mejor, grita “conqueconqueconquiconqueconqueconqui” todos mis extraños temores se esfuman y un ataque de risa incontrolable me deja doblado y sin aliento “conqueconqueconquiconqui” en medio de todo el absurdo de la escena el ex policía aparece con la anciana y tres mujeres con la sabana pintada en la cara, me muevo un poco para bajar el ataque de risa que no me abandona y me enredo entre habitaciones, pequeñas salas, cuartuchos, pasillos y el miedo poco a poco me vuelve a envolver por un segundo me estalla en la cabeza la absoluta certeza que no encontraría una salida de aquí y este lugar se convertiría en mi infierno particular. Salimos con el alba crepitando en el horizonte, el canto de los pájaros nos recibe y la brisa glacial de la mañana se cuela entre los huesos, un sol incipiente se asoma tímido por la ventana del cielo, los oficinistas afanados luciendo su recién bañado sueño, buses atestados, deportistas trotando su vanidad y en mi cabeza una frase repitiéndose con mal sana insistencia “niño sacude esa tristeza que te va a terminar matando” me empino el último estertor de una cerveza y repito sin saber por qué, entre carcajadas “conqueconque conqueconqui” mientras escucho medio alelado la sensata propuesta de rematar este día con un sancocho de pescado en el mercado de soledad.
Por: Carlos Polo

2 comentarios:

  1. Anónimo11:31 p. m.

    La barranquilla simple, compleja en miradas, pero en palabras exactas, simple, como la nada abundante que nos llena. Buen relato.

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  2. Anónimo2:10 p. m.

    qué bueno es por un rato dejar de leerte y de verte, carlos, para un día entonces volver a hacerlo y saludarte, a ti o a tus sílabas, recibiendo un golpe de karate más dulce que una kola román, y volver a de nuevo y por una vez más y otra vez recordar porqué somos amigos. bueno volver a leer una cosa buena, bueno que me acuerde de nuestras deudas que no pago (como la canción polifónica), bueno qué bueno.

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