15 de Febrero de 2015
No es
fácil desfilar los cuatro kilómetros del Cumbiódromo, llevando encima un
disfraz pesado y asfixiante. Crónica desde adentro de la comparsa Selva
Africana.
A las
2:30 de la tarde se abrieron para mí y para la comparsa Selva
Africana, una de las más reconocidas y tradicionales de Galapa, las puertas del
Cumbiódromo en la Vía 40. Cuatro kilómetros de jolgorio, alegría y
furor carnavalero que se constituyeron desde el primer momento en un desafío.
Bajo un
mameluco de felpa y una claustrofóbica máscara de gorila que poco o nada
permitía espacio para la respiración, más el rigor del peso del morral, el
aguacero de sudor que se escurría bajo ese saco de pelos, la ansiedad, el calor
y la humedad se convirtieron en la primera lección del día que arrojó una
verdad a raja tabla: los actores de esta fiesta que se someten a voluntad a
esta prueba de fuego una y otra vez cada año, solo merecen respeto y
admiración.
La calle
de honor
Como si
se tratase de una inyección de adrenalina que entró en todo el torrente
colectivo de los bailarines y disfraces, al entrar en esa especie de calle de
honor en la que miles de turistas, locales, nacionales y extranjeros, nos
recibieron en medio de aplausos y del entusiasmo cada uno de mis
resquemores y dudas se fueron al mismísimo carajo.
Como
complemento para el ánimo, la explosión de los sonidos de las gaitas y el
llamado de los tambores, se tradujeron en vaivén de caderas y gritos de batalla
cuando irrumpió en escena la única soberana de estas fiestas,
su majestad la cumbia.
¡Uepajeeeeeeeeeeeee!
A golpe
de mapelé, la Selva Africana se tomó el ‘cumbidrómo’ con sus bailadoras y
bailadores, entre tocados, maquillaje, tigres, mandriles, elefantes,
toros, búfalos y rinocerontes. Los actuales 55 integrantes, segmentados entre
músicos, bailadores y disfraces, que evocan a la madre selva, son hoy la
sabia de esta comparsa que ha sido galardonada a lo largo de sus 37 años
de existencia con 19 Congos de Oro, bajo la batuta de José
Llanos Ojeda, su fundador y Rey Momo del Carnaval del Bicentenario 2013.
Los niños
fueron los que más solicitaron fotografías con el disfraz a lo largo del
desfile.
Ron para
el cansancio
“Lo veo
barro, gorila, cuidao me va a salir como unos cachaccones que no
aguantaron ni la mitad del desfile”, dijo en tono burlón el artista plástico y
hoy líder de la comparsa, Luis Demetrio Llanos, mientras ponía a rodar la
bebida espirituosa que anunció todo el tiempo como el único remedio para el
cansancio.
“Pégese
el roncito, gorila, a punta e’ ron el cansancio ni se siente”, sentenció como
si se tratase de una máxima irrefutable.
Qué es lo
que tiene/el Carnaval de Curramba/cómo enloquece a la hija, cómo enloquece a la
mama...
Escapaban
los eternos temas carnavaleros de algunos de los tráiler que aún respetan la
tradición, entre toda esa mezcolanza de géneros, nuevos aires y sonidos
que se han venido tomando el Carnaval.
“Gorila
¿Si vio que quien lo vive es quien lo goza? Hay que meterse en un disfraz de
estos pa’ sentir la firmeza. Hay que querer mucho el Carnaval, no importan los
sacrificios”, comentó Oliver Badillo, uno de los más veteranos integrantes de
la comparsa.
¡Gorila,
una foto, una foto! Fue la constante durante todo el recorrido.
Mujeres,
adultos, extranjeros y sobre todo los niños, fueron los que más disfrutaron de
las monerías y cabriolas, responsabilidad que le tocó asumir a este
triste gorila, despistado, cansado y asfixiado por el rigor de esta batalla
que, en más de un momento, sintió que estuvo a punto de perder.
“Bailen,
bailen, hagan algo, pónganse la máscara” interpelaba el público ansioso de más
monerías, monadas y micadas, sin entender que después de una hora ni el ron ni
la cerveza, ni ninguna otra batería funciona ya cuando se ha tragado tanto sol
y ya el sudor bajo el pelambre es poco menos que un diluvio.
Yo,
pecador
Por mi
culpa, por mi gran culpa, este gorila carnavalero admite haberle faltado a los
sagrados preceptos del Carnaval, porque a la altura de la Base Naval, mantener
la máscara puesta por espacio de cinco minutos, o corretear en la mitad
de la calle moneando como loco, a esas alturas, era ya una proeza impensable e
imposible.
Para
entender cómo un actor del Carnaval se somete a todo tipo de sacrificios,
bailando y correteando por espacio de dos horas o más, hay que sentir el cariño
del público, los abrazos, la alegría de los niños, el calor y la calidez de la
gente que a lo largo del trayecto te ofrece y te brinda de todo: ron, cerveza,
whisky, agua, bebidas energizantes y, en algunos casos, hasta dinero.
El
billete de 5 mil
Una linda
extranjera de ojos verde esmeralda y bien intencionada se empeñó en entregarme
un billete de $5.000, después de haber tomado varias fotografías y, por poco,
no acepta un “no” por respuesta.
Faltando
poco para que terminara esta batalla casi que personal por evitar a toda costa
desmuenguarme frente a miles de colombianos enfiestados, Omar Ahumada, con 24
años de experiencia en esta comparsa, recordó la emoción que a esa hora ya
corría por unos palpitantes y adoloridos pies y hasta el último de los huesos
de este gorila infiltrado. “¿Si la pilla lo maravilloso que es esta
experiencia? La alegría de la gente, el jolgorio, ver tanta felicidad junta,
eso no tiene precio” .
Sacando
el último residuo de energía vital, cuando la pelambre enredada entre los
zapatos estaba por vencer a este ‘espalda plateada’ apabullado y adolorido ,
apareció el Puente de La María, indicando el final de esta batalla.
El
abogado Luis Carlos Oquendo, con su disfraz de tigre despintado por el
cansancio, disparó una máxima de esas que hablan del amor de muchos por esta
locura colectiva que se toma a la ciudad por 96 horas. “Cansa verdad, pero por
mí que haya Carnaval todo el año. Voy a seguir saliendo en desfiles hasta
que mi cuerpo me deje”.
A las 4
de la tarde acabó el recorrido para Selva Africana y para el gorila engorilao,
dejando en claro que por un día se puede ser alegría, jolgorio, fiesta, goce, y
entender de verdad a raja tabla, como si se tratase de un puñetazo
limpio, que en Carnaval, quien lo vive es quien lo goza.
...Como
una extraña ironía o el desquite de un cuerpo deshidrato y martirizado, en la
cabeza de este gorila infiltrado se repetía un estribillo impertinente:
suéltame gorila / No / Que me sueltes gorila / No... ya que el verdadero
olor a gorila me siguió hasta la sala de Redacción.
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