domingo, 30 de octubre de 2016

¡Yo, engorilao!

Foto: Giovanny Escudero


15 de Febrero de 2015

No es fácil desfilar los cuatro kilómetros del Cumbiódromo, llevando encima un disfraz pesado y asfixiante. Crónica desde adentro de la comparsa Selva Africana.
A las 2:30 de la tarde  se abrieron para mí  y para la comparsa Selva Africana, una de las más reconocidas y tradicionales de Galapa, las puertas del Cumbiódromo en la  Vía 40.  Cuatro kilómetros de jolgorio, alegría y furor carnavalero que se constituyeron desde el primer momento en un desafío.
Bajo un mameluco de felpa y una claustrofóbica máscara de gorila que poco o nada  permitía espacio para la respiración, más el rigor del peso del morral, el aguacero de sudor que se escurría bajo ese saco de pelos, la ansiedad, el calor y la humedad se convirtieron en la primera lección del día que arrojó una verdad a raja tabla: los actores de esta fiesta que se someten a voluntad a esta prueba de fuego una y otra vez cada año, solo merecen respeto y admiración. 
La calle de honor
Como si se tratase de una inyección de adrenalina que entró en todo el torrente colectivo de los bailarines y disfraces, al entrar en esa especie de calle de honor en la que miles de turistas, locales, nacionales y extranjeros, nos recibieron en medio de aplausos y del  entusiasmo cada uno de mis  resquemores y dudas se fueron al mismísimo carajo.
Como complemento para el ánimo, la explosión de los sonidos de las gaitas y el  llamado de los tambores, se tradujeron en vaivén de caderas y gritos de batalla cuando   irrumpió en escena la única  soberana de estas fiestas, su majestad la cumbia.
¡Uepajeeeeeeeeeeeee!
A golpe de mapelé, la Selva Africana se tomó el ‘cumbidrómo’ con sus  bailadoras y bailadores, entre tocados, maquillaje,  tigres, mandriles, elefantes, toros, búfalos y rinocerontes. Los actuales 55 integrantes, segmentados entre músicos, bailadores y disfraces, que evocan a la madre selva, son hoy la sabia  de esta comparsa que ha sido galardonada a lo largo de sus 37 años de existencia con  19  Congos de Oro, bajo la batuta de  José Llanos Ojeda, su fundador y Rey Momo del Carnaval del Bicentenario 2013.
Los niños fueron los que más solicitaron fotografías con el disfraz a lo largo del desfile. 
Ron para el cansancio
“Lo veo barro, gorila, cuidao  me va a salir como unos cachaccones que no aguantaron ni la mitad del desfile”, dijo en tono burlón el artista plástico y hoy líder de la comparsa, Luis Demetrio Llanos, mientras ponía a rodar la bebida espirituosa que anunció todo el tiempo como el único remedio para el cansancio.
“Pégese el roncito, gorila, a punta e’ ron el cansancio ni se siente”, sentenció como si se tratase de una máxima irrefutable.
Qué es lo que tiene/el Carnaval de Curramba/cómo enloquece a la hija, cómo enloquece a la mama...
Escapaban los eternos temas carnavaleros de algunos de los tráiler que aún respetan la tradición, entre toda esa  mezcolanza de géneros, nuevos aires y sonidos que se han venido tomando el Carnaval.
“Gorila ¿Si vio que quien lo vive es quien lo goza? Hay que meterse en un disfraz de estos pa’ sentir la firmeza. Hay que querer mucho el Carnaval, no importan los sacrificios”, comentó Oliver Badillo, uno de los más veteranos integrantes de la comparsa.
¡Gorila, una foto, una foto! Fue la constante durante todo el recorrido.
Mujeres, adultos, extranjeros y sobre todo los niños, fueron los que más disfrutaron de las monerías  y cabriolas, responsabilidad que le tocó asumir a este triste gorila, despistado, cansado y asfixiado por el rigor de esta batalla que, en más de un momento, sintió  que estuvo a punto de perder.
“Bailen, bailen, hagan algo, pónganse la máscara” interpelaba el público ansioso de más monerías, monadas y micadas, sin entender que después de una hora ni el ron ni la cerveza, ni ninguna otra batería funciona ya cuando se ha tragado tanto sol y ya el sudor bajo el pelambre es poco menos que un diluvio.

Yo, pecador
Por mi culpa, por mi gran culpa, este gorila carnavalero admite haberle faltado a los sagrados preceptos del Carnaval, porque a la altura de la Base Naval, mantener la máscara puesta por espacio de cinco minutos,  o corretear en la mitad de la calle moneando como loco, a esas alturas, era ya una proeza impensable e imposible.
Para entender cómo un actor del Carnaval se somete a todo tipo de sacrificios, bailando y correteando por espacio de dos horas o más, hay que sentir el cariño del público, los abrazos, la alegría de los niños, el calor y la calidez de la gente que a lo largo del trayecto te ofrece y te brinda de todo: ron, cerveza, whisky, agua, bebidas energizantes y, en algunos casos, hasta dinero.

El billete de 5 mil
Una linda extranjera de ojos verde esmeralda y bien intencionada se empeñó en entregarme un billete de $5.000, después de haber tomado varias fotografías y, por poco, no acepta un “no” por respuesta.
Faltando poco para que terminara esta batalla casi que personal por evitar a toda costa desmuenguarme frente a miles de colombianos enfiestados, Omar Ahumada, con 24 años de experiencia en esta comparsa, recordó la emoción que a esa hora ya corría por unos palpitantes y adoloridos pies y hasta el último de los huesos de este gorila infiltrado. “¿Si la pilla lo maravilloso que es esta experiencia? La alegría de la gente, el jolgorio, ver tanta felicidad junta, eso no tiene precio” .
Sacando el último residuo de energía vital, cuando la pelambre enredada entre los zapatos estaba por vencer a este ‘espalda plateada’ apabullado y adolorido , apareció el Puente de La María, indicando el final de esta batalla.
El abogado Luis Carlos Oquendo, con su disfraz de tigre despintado por el cansancio, disparó una máxima de esas que hablan del amor de muchos por esta locura colectiva que se toma a la ciudad por 96 horas. “Cansa verdad, pero por mí que haya Carnaval todo el año.  Voy a seguir saliendo en desfiles hasta que mi cuerpo me deje”.
A las 4 de la tarde acabó el recorrido para Selva Africana y para el gorila engorilao, dejando en claro que por un día se puede ser alegría, jolgorio, fiesta, goce, y entender  de verdad a raja tabla,  como si se tratase de un puñetazo limpio, que en Carnaval, quien lo vive es quien lo goza.
...Como una extraña ironía o el desquite de un cuerpo deshidrato y martirizado, en la cabeza de este gorila infiltrado se repetía un estribillo impertinente: suéltame gorila / No / Que me sueltes gorila / No...  ya que el verdadero olor a gorila me siguió hasta la sala de Redacción.

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