La tertulia Milenio, con licencia para armar y desarmar el mundo | El Heraldo
Es otro atardecer plomizo de invierno, de esos en que la humedad barranquillera aprieta con su sofocación inclemente. Los contertulios habituales del centro comercial ya se encuentran apostados en sus sillas. El aire acondicionado hace olvidar las altas temperaturas de afuera. De fondo, una trompeta intrépida revolotea a gran velocidad a un volumen moderado. El jazz se convierte en otro elemento de la escena. Al igual que las tasas vacías, los vasos con hielo y restos de sumo de naranja, un ejemplar de una revista, bolsitas de sacarina usadas y uno que otro papel abandonado en la mesa. Una carcajada contagiosa estalla entre el grupo de amigos, que todos los días, al marcar las manecillas del reloj las 4 de la tarde, se dan cita con el único objeto de conversar y distraerse.
La tertulia Milenio lleva más de seis años realizándose sin interrupciones. Entre carnes maduradas, charcuterías y enlatados, la voz altisonante del ingeniero jubilado Manuel González manda la parada: “Esta es una anécdota histórica de quien fue presidente de Venezuela a finales de la década de los veinte, que se llamó Cipriano Castro , que tuvo problemas en la próstata y se fue a curar a Europa. Dejó posesionado a su vicepresidente,y cuando regresó a los tres meses, llegó a Sanjuán de Puerto Rico, le puso un telegrama, le dijo: ‘Yo estoy bien y no voy a dejar el poder’.
Entonces el vicepresidente le contestó: ‘Yo también y yo tampoco’. Y el vicepresidente era nada más y nada menos que Juan Vicente Gómez, que sabemos que demoró varios años en la historia de Venezuela”. Una reposta como complemento fluye de manera espontánea en medio de la jocosidad compartida: “A él le decían El Leoncito y entiendo que el emblema que llevaba en el carro era un leoncito. Una vez iba con el chofer, en un carro particular y lo pararon en un punto, entonces le dice el chofer aquí llevo al señor presidente, entonces le dicen ¿ Y el leoncito? El Leoncito lo tengo atrás”. La risa camina entre los puestos. Estos veteranos ya están pensionados hace mucho del mal carácter y de las preocupaciones gratuitas, amigos entrañables que han afinado su sentido del humor porque han aprendido a su debido tiempo que la risa es el mejor de los alimentos para el alma.
La tertulia Milenio está conformada por un grupo de disidentes de los clubes sociales. El grupo completo lo conforman treinta y cinco experimentados charladores que decidieron bautizar su tertulia con el nombre de Milenio “porque juntando las edades de todos, sobrepasamos los mil años”, apunta Manuel González con una carcajada descarada. A sus ochenta es un tertuliador y mamagallista avezado.
En la cafetería de un centro comercial del norte de la ciudad han encontrado un refugio, un centro de operaciones. Esta es una tendencia que se ha generalizado, cada centro comercial tiene sus contertulios, sus asiduos que comparten algunos vínculos familiares, estudios, el barrio y una serie diversa de hilos invisibles que los hermana. Organizados en horarios y hábitos, estos respetables señores se reúnen para compartir un café, un rato agradable en buena compañía. Entre charlas, intentan resolver el gran rompecabezas universal. Cada tarde, sin falta, intentan desentrañar los misterios de esta vida y la otra; encaminar la política, comentar los deportes, enderezar la situación del mundo. Echarle una mirada crítica a la religión, la literatura, la filosofía, todos y cada uno de los temas fundamentales de esta vida recorren la mesa en medio de una nostalgia larga y arraigada.
Víctor Gutiérrez apunta con picardía: “Mire que estos supermercados han remplazado los clubes sociales. Aquí se reúnen los amigos sin previa cita, que es la función de un club, encontrarse con los amigos: Pomona, Éxito, Buena Vista, todos los supermercados tienen su caterva de vencejos”.
La conversación gira hacía un común denominador que es la preocupación por Barranquilla, ciudad a la que aman y a la que han visto enseñoreada como la principal ciudad del país, y que hoy en día ha perdido protagonismo y esplendor. Llenos de añoranza: Antonio Osorio, Julio Salazar , Fernando Fonnegra, Fernando González, Juan Amín, Alfonso Ferro Bayona, Rafael Roncallo, Manuel González y Víctor Gutiérrez. Este combo de experimentados conversadores cada vez que sonríen le hacen una finta a la vida, por ahora seguirán celebrando el antiguo rito de la amistad.
De fondo, un jazz sincopado los acompaña en sus elucubraciones, en sus carcajadas honestas y en su dura tarea autoimpuesta de entender este viaje de luces veloces que es la vida.
Por Carlos Polo
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