La Cháchara publica este cuento de Carlos Polo, ganador del Concurso Nacional de Cuento de la Universidad Metropolitana.
Para La Cháchara es un honor que Carlos Polo, colaborador y tallerista de este colectivo periodístico, haya ganado el Concurso de la Universidad Metropolitana, y que además nos haya dado la cortesía de publicarlo para disfrute de ustedes, valiosos chachareros.
Paciente X50504
Por: Carlos Polo
La primera vez que me topé con el enigmático azul de sus ojos fue aquella noche, y aunque no nos habíamos visto antes sentí una extraña familiaridad como si aquellos ojos me hubieran acompañado desde siempre.
Recuerdo que pensé en toda esa literatura prohibida de mediados del siglo XXI, en donde muchos autores describían un fenómeno relacionado con impulsos físico-químicos y sensoriales, una especie de estado definido como “amor a primera vista”. La verdad no tengo idea en dónde encaja eso que estaba sintiendo en ese momento, pero toda la evidencia que mi cuerpo estaba proporcionando era abrumadoramente perturbadora… el hormigueo en el pecho, la ansiedad, la náusea, la incontrolable atracción y las ganas imparables de perderme en aquella mirada. Todo eso se inclinaba claramente a corroborar aquella teoría anacrónica a la que tuve acceso gracias a la biblioteca clandestina de Joel.
Enormes peces de un hiperrealismo pasmoso acompañados por mandalas de colores vivos de diferentes texturas, e imágenes con enfoques en primeros planos de estrellas y constelaciones flotaban en el aire entre el humo de cigarrillos clandestinos probablemente obtenidos en el Santuario o en la zona fantasma.
Creo que fue una palmada o tal vez un apretón en mi hombro lo que me sacó del ensimismamiento. Recuerdo que detrás de mí bailaba una sonrisa gigante acomodada en un rostro por demás conocido. El cabrón de Uriel y su ‘linda’ cara de maricón redomado estaba allí. Como en una especie de efecto espejo repetí el gesto sonriente sin dejar de enfatizar un dejo de ironía mientras buscaba entre esa manada de uniformados seriales repetidos aquellos ojos que reverberaban como un eco entre mi pecho.
—Jamás hubiera imaginado que encontraría aquí entre tanto Sub al señor inconformidad. O como diría usted mismo, entre ‘esta masa de alienados autoconvencidos de su singularidad’ jajajaja—.
Ataviado con uno de esos monos hiperelásticos de color azul eléctrico, demasiado ajustado para sus años y unos zapatos de goma adaptables a cualquier superficie y clima, allí metido en esa ridícula cosa que gritaba a todas luces ¡necesito aceptación! estaba Uriel, el siempre tibio, el ‘agradable especialista’ en humor psicosocial.
— ¿Te has vuelto a ver con Virgil?- Disparó a la primera.
—Hace mucho que no nos cruzamos ni por accidente, ni en la misma cosmopista.
Dicho eso, el gesto de Uriel cambió y pude ver en sus ojos una chispa, quizás un pequeño guiño o un parpadeo que me hizo entender que debía cuidarme de ese come mierda doble cara y peligroso. Hace rato que Uriel está más que marcado como un delator, como un infiltrado bien ubicado entre los recursos de inteligencia de la FA. En la Zona D ya tenemos archivada esa información.
Nada me había preparado para todo eso que me atropelló de súbito y sin piedad aquella noche. Afuera de esta caja blanca, aséptica y anti orgánica empiezan a escucharse los ecos de los mantras matutinos de la obligada comunión espíritu-filoso-teosófica. La triada de la comunión absoluta perenne e inquebrantable que se debe ejecutar por obligación tres veces por día.
Desde este lado del cristal puedo observar a los miles de delgados y anatómicos cuerpos contorsionándose al son del mantra máximo impuesto por el brazo más radical de la FA desde la caída y consecuente desaparición de las principales religiones monoteístas que fueron luego remplazadas por decreto y legislación directa. Uno de los pasos definitivos para que las madres primigenias de la FA establecieran su diarquía.
No sin algo de desdén puedo verlos ahora, tan uniformes, coreografiados, concentrados en la repetición de su mantra y en sus contorsiones ‘saludables para el cuerpo y para la esencia’, tal como lo repite el mandato 2050 del manual del BA impuesto hace ya más de medio siglo.
En el cristal se refleja el rojizo destello del incendio del cielo como una pequeña diadema recién nacida, acariciada por la supernova dorada que aún no termina de sacudirse de su letargo. Entre las faldas de la colina, millones de cabezas de ganado bovino apretujadas, famélicas, deterioradas, inmersas en un largo y perpetuo abandono, pasan la mañana rumiando su hambre entre los pastizales secos debido a la prolongada sequía. A lo lejos solo se divisa una mancha claro-oscura que nubla mi profundidad de campo.
Esa noche entre los Sub, Uriel se me pegó como un moscardón hambriento a su vaca desafortunada. Supongo que estaba seguro de haber encontrado la veta que lo iba a catapultar en la escala de poderes de los delatores, “los sapos”, para usar una expresión salvaje y anacrónica que un tibio extremo como él jamás entendería.
—Desapareciste, amigo mío, yo quisiera saber cómo se logra eso en estos tiempos. Virgil sí me dijo que te buscó por lo menos dos años líquidos. No hay rastros tuyos en la plataforma, parece que no hubieras existido nunca. No es solo la ausencia de huellas virtuales… es muy raro… ni una sola transferencia de datos, nada. Me atrevería a imaginar que te deshiciste del dispositivo. Que te desconectaste —.
El puto bobalicón dijo aquello con tal dramatismo que hasta llegué a imaginar que en ese momento el acompañamiento sonoro incidental, que escapaba de los reproductores de sonido, había subido de decibeles. Los Sub viven convencidos de haber descubierto sonoridades inexploradas y de hallazgos impensables. Lo cierto es que su sosa vanguardia no es más que un sonsonete plástico, maquinal, inorgánico y desprovisto de vida. Viven convencidos de haber extraído la quinta esencia de los sonidos de punta, falacia líquida que se ha convertido en un triste axioma de esta era.
En la zona D, Joel nos inició en el estudio y placer de algunos formatos increíbles. Grabaciones de un arcaísmo casi irracional provistas de una corporeidad feroz, una especie de llamado primigenio, pura y básica instrumentación tribal, pura energía cinética, la más entera de las provocaciones y transgresiones vitales, algo casi vivo que haría que estas tristes sombras digitales murieran de emoción. Robert Leroy Johnson o Ike Zimmerman son algunos de los registros que se me vinieron a la cabeza mientras dejaba que me taladraran los oídos aquella basura monocorde.
Recuerdo que me sentí fastidiado, sorprendido, a lo mejor algo triste, porque pensé en cuán parecido fui yo mismo a esa manada de pendejos antes de mi despertar.
Intenté despistar a Uriel, pero aquellos lindos ojos me volvieron a llamar con insistencia, como queriéndome contarme el mundo en una sola frase muda.
Asgar estaba rodeada por un grupo de Sub más avanzados que traían el cabello algo crecido, demasiado diría yo para los estándares permitidos por las madres del FA. Algunos traían entre sus manos pequeñas copas con bebidas levemente fermentadas, quizás esperando benevolencia en un posible caso de pesca milagrosa. Saqué de mi chaqueta una pequeña botella plateada que contenía un agua-fuerte destilada con papa, un brebaje de una elevadísima condición ilegal, que rebasaba de lejos los niveles admitidos por la comunidad y por la FA. Esta falta me aseguraba de plano una estancia segura de por lo menos tres años en un centro de reorientación-psicointegral.
Bajé un trago y mientras me recuperaba del golpe etílico, lo vi. El pequeño escarabajo se desplazaba por la estancia con una liquides aerostática, con una especie de elegancia artificial. Un Sub de cabello platinado fue el que gritó con toda su fuerza y el grito seco y puro se multiplicó por la vieja casona abandonada y el llamado a la fuga se concretó en una sola palabra — ¡Dronnnn!
Algunos Sub se acomodaron sendas máscaras en sus rostros para evitar el reconocimiento facial mientras la estampida se hacía mucho más dramática y torpe frente a mis ojos.
La verdad es que ella, Asgar, como un rato después me deletrearía su redondo, su rotundo y corpóreo nombre, esas mismas cinco letras que sonaron como un conjuro, ese sonido como escapado de la boca de una estrella emplumada cayendo en picada sobre nuestro cielo, ella estaba ahí, paralizada, intacta como aletargada…
Entre el caos colérico, líquido y veloz, pude ver que el pendejo de Uriel fue de los primeros en ganar la ventana superior y desaparecer adentrándose en las callejuelas de esta zona fronteriza, poco visitada por los buenos representantes seriales manejados por las madres de la FA.
Al principio fue como un reflejo, después se volvió un impulso, ya que en pocos segundos líquidos empezó a llenarse el lugar de uniformadas, las fornidas y robóticas integrantes del FDE entrenadas para emplear cierto tipo de fuerza no letal, pero especialistas en técnicas de sometimiento y reducción del enemigo. Allí fue cuando me decidí a acercármele y saltamos juntos por la ventana lateral que daba a un callejón oscuro, en donde algunas vacas se agolpan por las noches.
Con el corazón desbocado como bestia perseguida, nos abrimos paso entre los animales hasta encontrar uno de los canales subterráneos que empleamos los desertores de la Zona D para escapar justo cuando la cosa se pone fea.
Nos adentramos en los túneles del canal por donde en época de lluvia bajan las caudalosas aguas de un arroyo, el mismo que sirve de interconexión con otros canales pluviales afortunadamente secos en esta temporada de rabiosa y prolongada sequía.
Asgar comenzó a toser una vez, ingresamos a la canalización subterránea, su organismo jamás expuesto a este tipo de microclima reaccionó con rechazo automáticamente.
De los dobleces de su pantalón, lo mismo de su cuello y mangas, empezó a irradiar una luz blanca, fuerte y puntual que nos ayudó para no andar a ciegas, entre ratas, cucarachas y otras alimañas. Corrimos durante diez minutos líquidos a un paso sostenido y aceptable. Al llegar a la primera bifurcación identifiqué la primera marca de las rendijas aflojadas por algunos de los comandos D.
Resollando y con el corazón en la boca nos recibió la superficie. Arriba una luna plana y monodimensional emanaba ese chorro blanco y seminal que se posó sobre nuestras cabezas. Asgar realizó un par de llamadas rápidas, emitió un par de mensajes de intertexto y conversó con dos de sus amigos Sub. Lo que pude interpretar fue que la pesca milagrosa solo logró la captura de un par de débiles ‘pescados’. Todas y cada una de las averiguaciones las realizó desde el dispositivo interno que lleva alojado a un lado del lóbulo derecho de su cerebro, como todos los nacidos en el año Uno de la Primera Enmienda, lo que terminó con ese pequeño reducto de vida privada que algunos conocimos y le dio paso a esa mierda absurda de conexión total.
Yo llevo ya cuatro años sin dispositivo, por lo tanto soy nadie, soy sombra y acecho, como Joel y como cada uno de los D que decidimos vivir bajo nuestros propios preceptos.
Caminamos durante unos ocho minutos la zona abandonada hasta llegar a uno de los espacios neutro en donde poco o nada influyen las huestes del orden de la FA.
El Santuario.
Recorrer la delicada anatomía de Asgar se me convirtió enseguida en el mayor de los placeres. Cabello corto ajustado al tamaño de su cara, alta y delgada en extremo tal como rige y dispone la Tercera Enmienda y un delicado rostro de porcelana que ostenta una nariz fileña y respingada sostenida por unas cejas pobladas y bien peinadas de una perfección inconcebible sin la intervención de las máquinas. Sus labios se me antojan como un pequeño dibujo frágil y apenas perceptible en medio de la perfecta simetría, como una especie de capullo de flor silvestre pintada de un rojo débil y cariñosamente pálido.
El Santuario estaba ubicado a un lado de un lote baldío frente a la abandonada e inservible estación del metro. Un antiguo vagón oxidado y desvencijado, como una ballena varada muriendo a la intemperie, servía de refugio a todo tipo de Sub avanzados y Desconectados avezados que montaban cada fin de mes y cada ciclo lunar, esa especie de punto de socialización para nostálgicos incorrectos, en donde la regla era la total ausencia de las mismas.
Empezamos a movernos en medio de los cubículos improvisados de intercambios de carnes en todos sus tipos y preparaciones y, aunque parezca un chiste de mal gusto, hasta la más preciada y exótica, la carne de vaca, la mayor de las prohibiciones desde la Cuarta Enmienda propugnada por la segunda generación de madres de la FA. Entre los cubículos que ofrecían desde bebidas alcohólicas, cigarrillos, hasta descontinuados artículos preservados en sus antiquísimos formatos como: Blu-ray, DVD, CD, hasta acetatos, libros, revistas y ediciones conservadas de un formato incómodo que llamaban periódicos. En medio de ese maremágnum de olores, colores y reliquias, el gesto de Asgar iba creciendo en angustia o quizás en incredulidad y desconcierto.
Tuve un impulso de recordarle algunas premisas básicas de nuestra historia, como que no olvidara que Salud Thomas Azorín fue de las primeras y una de las principales teóricas de la FA y fue considerada la madre impulsadora de los movimientos FAP radicales que en su tiempo fueron recibidos con entusiasmo desde las cuotas pluralistas y desde todos los frentes. Sus modelos de empoderamiento diametral lograron los primeros cambios desde los mismos cimientos del poder, luego vinieron de golpe los endurecimientos que recibieron alguna resistencia al principio, pero después llegó la represión, las desapariciones, las persecuciones y por último la radicalización y la prohibición a toda escala y aquí están los consecuentes síntomas de dicho cáncer.
Asgar preguntó: — ¿Qué es todo esto y qué hacemos aquí?
—Esta es la versión real de esa cosa fría y sin alma de dónde salimos disparados hace unos cuantos minutos líquidos.
-¿Quién eres tú y qué haces? ¿De dónde saliste?
—Demasiadas preguntas en una sola oración. Yo soy nadie desde que… desde que mi profesión entró en la lista de las prohibidas. Era o fui historiador, eso ya depende de la perspectiva. Me dedico a… qué te diré, me gustaría pensar que trabajo o mejor… que lucho en pos del ingrato sueño de despertar conciencias, pero eso no es más que una mariconada pretenciosa que a lo mejor no sirva para una puta mierda—.
-¿Siempre hablas así? Es… horrible, esto no está permitido, baja la voz por favor.
— Jajajaja tienes por lo menos una mínima idea de dónde estamos.
Saqué la botella, bajé un trago con ansiedad y le ofrecí un poco a Asgar, que, contrario a mis expectativas, aceptó y no arrugó un ápice su rostro. Su respiración se aceleró y pude ver el contorno de sus prietas tetas subir y bajar de forma mucho más apremiante mientras en su rostro se mantenía aquel gesto de sorpresa, de asco o admiración. Vaya uno saber qué pasaba por esa cabecita de porcelana en ese momento.
Encontramos a Uriel con varios Sub gritando, fascinados con el eco de sus voces que le devolvía cada madrazo, cada maldición y las alusiones directas a sus pequeños pitos flojos, con mayor potencia y con un raro efecto cavernoso y reverberante. — ¡Madres putas, vengan y cómanme el puto chorizo, partida de comemierdas!— Gritaban entre el viejo vagón que parecía revivir cada vez que devolvía sus puterías.
Hace años que no necesito de ese bobo desahogo. Desde que vivo en la Zona D puedo hablar como me da la gana. Allá en el mismo corazón de la colina, ese tipo de prohibiciones solo sirven para hacer reír al cadáver de la misma madre de Joel. De todos modos empecé a gritar: — ¡Putas madres! ¡Madres putas!
Asgar con un destello azulado mucho más marcado en sus ojos me arrebató la botella y se empinó un largo trago para luego empezar a gritar una retahíla de palabras prohibidas por la falange más radical de la FA.
Uriel no tiene idea que yo estoy enterado de su pequeña vergüenza, no tiene idea que en la Zona D tenemos todo su historial. Sabemos que Virgil lo denunció ante el tribunal de las FMM por trato indebido y abuso verbal, que estuvo por lo menos año y medio en centros de reorientación y que pagó con creces haciendo trabajos de redireccionamiento-social entre los barrios fronterizos limpiando estiércol de las intocables vacas.
Aquí todos maldicen, todos pueden ser maldicientes, pueden beber licor, comer carne y hasta rezar y aludir a los antiguos dioses conminados al olvido.
Uriel no tiene idea que estamos enterados que todos los que pisan los centros de reorientación se vuelven informantes de la FA.
Asgar se atrevió a probar una croqueta de pollo y tras un par de arcadas vomitó todo lo que había comido en el día, incluso todo ese maravilloso potaje de proteínas vegetales y sucedáneas de la carne con el que remplazan la proteína animal desde que se radicalizaron las políticas de prohibición.
—Quisiera probarlo todo, sentirlo todo, pero creo que esto fue demasiado para mí. Sabe horrible. A propósito, también te vez horrible sin tu chaqueta ¿Por qué se te ven los brazos así de inflados y la espalda y el pecho así de raros?— preguntó.
—Eso… nada, estoy entrenando mis músculos. En la zona D muchos lo hacen para potenciar la fuerza y la resistencia. ¿Me creerías que todavía a inicios del siglo XXI los músculos eran un símbolo de poder sexual? —.
—No tengo idea de qué hablas. No entiendo y no me parece coherente porque no se ve bien—
—Jajajaja olvídalo ¿Te sientes bien, se te antoja otro trago?
—No… más bien quiero tomarme un comprimido de tetracannabinol, me quiere dar dolor de cabeza, creo que todavía estoy nerviosa… como alterada. Espero no haber acabado con los últimos ayer—.
De su pantalón de licrón impermeable sacó su comprimido verde. Nos acercamos a un cubículo de intercambio en donde ofrecían fresco de caña, Asgar bebió un sorbo del líquido edulcorado con el que pudo tragar la pequeña pasta verde promovida, fabricada y entregada puntualmente cada mes y en grandes cantidades por la FAM de forma gratuita.
Recuerdo que el olor a parrilladas y carnes asadas puso a vomitar a varios Sub que llegaron por primera vez al Santuario. Rodeamos la iglesia y la mezquita que fueron erigidas de manera improvisada en la parte de atrás del vagón y nos quedamos un rato mirando a un lado de las salas donde algunos viejos monitores con una caduca tecnología de alta definición tridimensional transmitían ininterrumpidamente grabaciones de desaparecidos deportes de contacto como el fútbol, el boxeo, el karate, el judo, la lucha y muchos otros deportes. Seguimos en movimiento y pude mostrarle a Asgar por lo menos un poco de ese otro mundo que ella desconocía.
Arriba de nosotros la luna estaba en lo más alto del trapecio y se balanceaba vertiginosa y perturbadora entre las nubes que pasaban oscuras como pájaros nocturnos surcando el pastizal. Un mugido colectivo de las solitarias vacas cruzó el horizonte como una ráfaga de viento.
La bella mujer se detuvo por un segundo y me miró directo a los ojos como buscando o persiguiendo una respuesta y en una especie de susurro preguntó: — ¿Quién eres? Mientras me trenzó los brazos entre el cuello y me acercó a la dolorosa perfección de su rostro.
El beso largo y profundo, como el color de sus ojos, selló un pacto imposible entre una chica F y un condenado D.
— ¿Por qué huiste? ¿Por qué estás con ellos? ¿No es mucho más fácil y más organizada la vida de nuestro lado?—
—A lo mejor sí, quizás tengas razón, qué sé yo, eso depende de la perspectiva, pero en lo que corresponde a mí ya tuve suficiente de eso y descubrí que lo quiero es ser libre. Quiero comer lo que se me antoje, fumarme los cigarrillos que se me dé la gana, putear, maldecir, hablar como se me antoje. Rezar a Jesús o Mahoma, al dios que se me pegue la gana. Embriagarme hasta la inconciencia. No asistir a las obligatorias y aburridas sesiones del espiritualismocolectivo y su gimnástica ‘saludable’. Quiero echar barriga, morir de un infarto, que se me taponen las arterias debido al colesterol, que sé yo, lo que quiero es que me dejen elegir. A un familiar le metieron tres años en un centro de reorientación porque le encontraron rastros de nicotina en la sangre. A un narrador de deportes depurados, de esos en conexión alterna en la cosmopista, que por simpatía le dijo ‘mi negro’ a un campeón de natación lo acabaron públicamente. Ayer fue el cigarrillo, luego la proteína animal, después el alcohol, después el lenguaje ¿y después qué más…? la vida, la vida entera que dejó de pertenecernos y ahora le pertenece a quién, a las falanges, a las asociaciones comunitarias dependistas. Al abuso totalitarista de las FA ¿En serio tú sí crees en eso? En ese chiste malo de la conexión total ¿Tú si tienes una vida real? ¿Cómo me explicas el creciente e imparable número de suicidios? ¿Sí vives feliz sin tener el control absoluto de cada uno de tus pasos? Los controlan a todos, cada segundo, cada momento es monitoreado desde tu propia cabeza. No sé… supongo que nada de lo que diga tiene sentido para ustedes, porque al final son felices estando dormidos —.
Creo que me soltó la mano y se separó para tomar distancia y poder reflexionar mejor. De pronto la memoria me falle, pero creo que en ese momento chilló un cerdo que estaba siendo sacrificado y Asgar gritó como soltando una furia contenida de años— ¡A la mierda las putas madres de la FA! Y repitió lo mismo tres veces más.
Cuando nos dirigíamos en busca de un lugar mucho más privado y cómodo, una extraña invasión de cucarachas enormes despertó mis sospechas. En el momento en que desplegaron sus alas lo comprendí y empecé a gritar — ¡Dronn, dronnn!
Ya era demasiado tarde, las FDE empezaron a salir y a caer de todas partes, del cielo, de la tierra, de los canales. Tomé con fuerza la mano de Asgar, una vez más sabía cómo escapar de allí e iniciamos la fuga. Entre los secos pastizales se nos acabó la noche. Una mala pisada, un terrible crujido seguido de un grito y el cuerpo de Asgar que perdió el equilibrio y empezó a rodar entre la arena y el pasto seco. Esa fue la primera de las fichas del puzzle que encajó y culminó con mi consecuente presencia en esta caja blanca y deshumanizada en la que me encuentro ahora.
—Sigue, no pares por mí, sigue —Decía tomándose el tobillo como enseñando un dolor intenso. Mientras yo con algo de torpeza y celeridad nerviosa intentaba cargarla entre mis hombros. El recuerdo es todavía nítido, una lechuza ululó entre las sombras— Vete, vete ya, vete, no te preocupes por mí—.
—Voy a volver por ti pase lo que pase y estés donde estés. No pude decírtelo a tiempo y aunque parezca una invención, te aseguro que tenemos armas, estamos preparados y listos para cambiar las cosas. Estamos entrenados, falta poco, vamos a cambiar las cosas—.
Creo que vi a una lechuza salir entre un matojo, su sombra planeó cerca a nuestras cabezas y luego vino el pinchazo en mi cuello y después… la nada, el denso negro de la inconciencia.
Nada me había preparado para todo lo que pasó aquella noche. Ahora atrapado como estoy en esta caja blanca, aséptica y anti orgánica, aunque nos separe un cristal metálico y frío, puedo escuchar los ecos de los mantras matutinos de la obligada comunión espiritual y los mugidos tristes de las vacas nostálgicas. Pronto vendrán las reorientadoras socioemocionales y las jefas de inteligencia de la FAS. Llevo un par de días aquí, por lo menos eso es lo que creo, si es que no son seis o siete. Me han reducido a un estado deplorable, tragando su verde comprimido, durmiendo y comiendo su verde infusión anticalórica. Estoy embotado, aturdido y tengo un sabor pastoso en el paladar.
En la estancia irrumpen tres representantes de la FDE con su cabello corto al ras, sus impermeables oscuros y sus botas multiterreno. Con las FDE entran dos jerarcas de la FA vestidas de blanco impoluto, luciendo sus batas y algunos instrumentos en sus manos. Una de ellas sonríe, gesto que me hace salir del letargo y reconocer automáticamente esos azules ojos enigmáticos que me perdieron.
—Paciente de reorientación social X50504. No presenta estados de agresividad ni conducta de carácter violento. Fue rapado, desodorizado y se ha mantenido bajo estricta prescripción de tetracannabinol y con una dieta también estricta de depuración y limpieza—, dice la flemática jerarca mirándome con un dejo despreciativo y de superioridad.
Asgar me mira directo a los ojos, vuelve a sonreír y dispara las primeras preguntas de rigor.
—Paciente X50504, le voy hacer tres preguntas: ¿Quién es Joel? ¿Es cierto que tienen armas en su poder? ¿En dónde está establecido el asentamiento de la Zona D?
—No tengo la menor idea de qué me habla. ¿Armas? Todos saben que fueron destruidas durante la Tercera Enmienda, decreto expedido e irrevocable tramitado por la FA durante el año…-. Asgar me interrumpe.
—Paciente X50504, me voy a ver en la obligación de refrescarle la memoria-, dice, mientras de su mirada fría y maquinal escapa un haz de luz brillante, azulado y multidimensional de donde fueron tomando forma imágenes hiperrealistas en donde los protagonistas somos ella, yo, la noche y aquel pastizal. El clip culmina con una oración proferida por esta boca. — Tenemos armas. Estamos entrenados, falta poco, vamos a cambiar las cosas—.
Aquí no ha pasado nada, de mí no van a conseguir nada. Lo mejor es que piensen que ya ganaron. Lo más importante para mis hermanos de la Zona D es que ya echó andar la fase dos de la Operación Topo. Pienso para mis adentros mientras intento evitar la fría mirada de Asgar y de forma involuntaria mi mano vuelve a pasar por mi cabeza rapada, siento la dureza de las cerdas que han comenzado a germinar. Este gesto se me ha convertido en manía desde que desperté en esta caja blanca y mortuoria.
— ¿Quién es Joel, paciente X50504? —.
—Yo soy Joel.
—No juegue conmigo. ¿Quién es Joel?
—Todos somos Joel.
Afuera los mugidos de las vacas no cesan, como las olas o la misma música del mar. Los mantras que nos llegan de fuera, los mismos que iniciaron enérgicos y con bríos, poco a poco han ido perdiendo su lustro y su fuerza. Arriba la supernova roja y caliente nos regala una bella, líquida y fluida pintura naranja que nos arropa a todos por igual. De súbito empiezan a estrellarse contra los tejados y el mismo cristal que nos separa del mundo exterior pequeñas motas blancas que se precipitan del cielo. Pequeños e impolutos copos de nieve que caen desde el azul como suicidas impulsivos que nos visitan en esta mañana agónica de signos inesperados…
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