sábado, 6 de agosto de 2011

‘El Negro Ray’, del fulgor salsero a la venta de almuerzos | El Heraldo


De una vieja grabadora empotrada en la ventana se escapan las azarosas melodías de salsa brava alternadas con algunos informes noticiosos de última hora.

El locutor comenta los detalles sobre el estado de salud del Joe Arroyo. El Negro Ray o Bollo e’ Yuca, como se conoce popularmente a Pedro Pablo Cárdenas, rastrea dentro de su cerebro algunos recuerdos de su infancia en Cartagena.

“Yo anduve pegado al Joe, el hombre cantando y yo tirando pases, estábamos pelaos y andábamos por ahí rebuscándonos, mira las vainas de la vida, ahora ambos estamos jodidos de salud”.

Al lado de las mesas disponen una serie de sillas, ajustando los detalles del comedor improvisado que funciona en la terraza de la casa de El Negro Ray.

Pequeño negocio con el que intenta resolver una situación económica difícil que viene apretando a la familia desde hace más de un año, cuando en la inauguración de un estadero en el barrio Las Moras, en una voltereta de baile, la vida de Pedro giró, giró… unos cuantos grados de alcohol en la cabeza, una tarima demasiado inclinada, el fervor de los timbales de Tito Puente amenizando la faena, la emoción, la velocidad de los pies volando en la descarga, la vuelta equivocada, el vacío y la caída… su médula espinal quedó afectada de tal manera que aún después de la operación y del año y cinco meses de terapias, Bollo e’ Yuca continúa sin poder subir a un escenario.

Pedro tiene 60 años, en el sabor de sus pies, en la gracia de sus caderas y en los contoneos histriónicos de su cuerpo siempre ha estado la fuente de sus ingresos. Bailarín y humorista.

El Negro Ray ha pasado por muchas facetas en esta vida. De niño, al lado de su padrino, recorría los estaderos de música boricua en La Heroica bailando mambo. De ahí nació la inquietud que lo traería hasta la ciudad de Barranquilla, jugándosela en cuanto concurso de baile de salsa apareciera, siempre saliendo victorioso.

De trofeo en trofeo, de medalla en medalla, se fue moviendo entre las capitales más importantes del país, ganándose una reputación que hasta el día de hoy le ha merecido un gran respeto y reconocimiento. En casa de su madre conserva una colección nada despreciable de 69 trofeos y 12 medallas.

El Negro Ray llegó a punta de esfuerzo al Ballet de Colombia, donde logró sostenerse durante ocho años. Pedro Cárdenas se alimentó de mundo. Nueva York, Londres, Bélgica, España, Francia y otros más. Con una vieja carpeta en sus manos, Pedro Pablo enseña los viejos recortes de un ‘periódico de ayer’, donde su vida y sus logros se van destiñendo poco a poco.

El Negro abandonó el Ballet para seguir una carrera en solitario, y de estadero en estadero arrancó con su rutina de fonomímicas, con las que fue cultivando un público. De golpe llegó la televisión. Al lado de sus amigos Ley Martin y Rafael Sequeira, inicia su faceta de humorista. Llegan momentos de abundancia, de contratos, dinero y estabilidad.

El show de Ley Martin, La gozadera y Sabroshow, programas con mucha audiencia. Su popularidad subía, y su vida entraba en un torbellino de desenfreno: gastos, mujeres y licor. Hoy, con su caminar rengo, apoyado en sus muletas, se lamenta de tantos errores ingenuos.

Sobre todo al recordar que cuando podía trabajar, devengaba alrededor de ochocientos mil pesos al mes, y en este momento sino es por el rebusque de los almuerzos no sabría qué sería de él y su familia. El Negro añora con toda su alma el adictivo sabor de los aplausos, la magia dormida que habita en sus piernas.

Sintiendo el abandono y la indefensión en que se encuentra sumido no puede evitar unas lágrimas que resbalan por su rostro.

“Esto es duro, no poder bailar, no poder trabajar, yo estoy solo, la gente me ha dado la espalda, yo necesito ayuda”. Suelta estas palabras, y en su mirada deja entrever la magnitud de su tristeza.

La vieja grabadora escupe una dolida canción de arrabal, lenta, densa, melodramática. Pedro intenta no quejarse, pero el parte médico no arroja un dictamen alentador. Aún le faltan muchos meses de terapias y recuperación. Ray agradece el apoyo de Moisés Imitola y de Lao Herrera, que han estado apoyándolo. Sin embargo, le toca afrontar su realidad con resignación, a los pagadiario en la puerta de su casa, y las terribles ganas de volver a bailar.

Una escena soñada se repite en su cabeza: él totalmente recuperado sacando la candela de sus piernas, montado en una tarima, una luz puntual persiguiendo cada uno de sus pasos. De fondo la canción El militar, de Tito Puente, los cueros estallando y sus piernas como bólidos a toda velocidad, respondiendo, mientras gira, gira…

En sus oídos explotan esos apoteósicos aplausos que representarían el fin de este mal sueño.

Por Carlos Polo

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