sábado, 22 de octubre de 2011

“Yo soy Muamar el Gadafi, pero el de la nota bacana” | El Heraldo

La muerte de Muamar el Gadafi generó todo tipo de reacciones a lo largo y lo ancho del globo: Incredulidad, vitoreos, rabia, festejos, llanto, risas , confusión. Tales son las emociones que el militar rebelde y autócrata generaba entre sus contemporáneos.
Muamar el Gadafi cosechó odios y amores acérrimos. Una serie de mitos e hipérboles y desde el primer día de su muerte se comenzaron a tejer intrincadas telarañas y especulaciones, que pretenden dejar una sombra de duda entorno a su muerte y sumergirlo en esa madeja de supuestas conspiraciones que se arraigan muy rápido en el imaginario popular. 

Gadafi está vivo, Barrio abajo, Barranquilla
En una humilde morada ubicada en un barrio popular de esta ciudad tropical, sitiada por el invierno y peligrosos arroyos, bajo una perniciosa lluvia de medio día, encontramos el refugio de ‘el Coronel’: Gafas oscuras, turbante enredado en su cabeza, y los atavios de la indumentaria típica que siempre caracterizó al absoluto dueño del poder en Libia durante décadas. Ahí estaba, sereno y pensativo, Richard Bruno Spadei, músico, actor y comediante, que durante el último año viene caracterizando al Coronel rebelde, con mucha precisión y profesionalismo.
Si cualquiera de los enemigos del ex líder libio se encontrara por la calle con Ricardo cuando está caracterizado, los resultados podrían ser nefastos para el imitador, teniendo en cuenta las declaraciones de incredulidad sobre la muerte de Gadafi que ya circulan por el planeta entero de forma infundada. 

Richard Bruno Spadei
Tiene 58 años, mide un metro setenta y cuatro, posee un rostro maduro, de facciones fuertes que recuerdan a Gadafi al rompe.
Richard Spadei es un entusiasta de las artes que aprovechando el innegable parecido físico con el que muchos calificaron como al ‘Che Guevara de Arabia’ se atrevió a caracterizarlo. Spadei recuerda cómo nació la caracterización que los barranquilleros apreciamos en la última versión del Carnaval, donde debutó este ‘Gadafi tropical’ amigo de la salsa y la bacanería.
“Mi llave yo venía saliendo de la casa del carnaval, cuando un man me paró y así como en mamadera de gallo me dijo ‘hey loco tú te pareces a Gadafi, igualito’. En ese momento se me prendió el bombillo y comencé a estudiar la vaina, lo demás vino solito. Me hice la primera mecha como el man y entregué unas fotos a Carnaval SA. Así arrancó la jugada”. Spadei se ha desempeñado como comediante en algunos programas de humor de nuestro canal regional Telecaribe y en muchas ocasiones se ha valido del personaje emulándolo en distintas apariciones en la pantalla chica.
La muerte de Gadafi lo tomó por sorpresa, ayer por la mañana mientras se preparaba para organizar su día y como él mismo dice “para la batalla diaria del rebusque”. Cuenta que como ser humano sensible la muerte es algo que no termina de digerir y no se la desea a nadie, por lo tanto le produjo un profundo pesar conocer la suerte del ser humano que él viene representando con humor durante todo este tiempo.
“ Yo la verdad entiendo muy poco de eso, pero ese cuento tiene su nota por ahí ...” Guarda silencio por unos segundos y agrega “ la verdad uno no debe alegrarse de la muerte de nadie”.
Al preguntarle si sentía algún tipo de afinidad con el personaje que interpreta, respondió sin evasivas.
“ Socio, yo no soy amigo de las vainas autoritarias, me interesan los menos favorecidos y con este man a lo mejor comparto un poco de lo teso de mi carácter, nada más ¡Yo soy Gadafi, pero el de la nota bacana”, expresa.

Por Carlos Polo

domingo, 28 de agosto de 2011

“No somos unos vándalos, somos artistas urbanos" | El Heraldo

Por décadas la animadversión entre policías y grafiteros se podría asegurar que es un hecho evidente y hasta necesario. El viejo drama entre el gato y el ratón. Un escóndete que te atrapo.

Por un lado a los representantes de la ley les asiste la responsabilidad de hacer cumplir las normas dentro de la urbe. El lado B de este disco, la representan los jóvenes que impulsados por la necesidad de exponer su concepción del mundo, utilizando los muros de la ciudad como un lienzo, como hojas de papel en blanco, a la espera de unos cuantos trazos.

Wendy Ortegón Loaiza y Diego Felipe Becerra son protagonistas de dos historias y dos destinos ligados a una vieja disputa con distintos finales.

Becerra fue el joven de 16 años que murió luego de recibir varios impactos de bala propinados por un agente de policía de Bogotá en hechos aún no esclarecidos. Dos versiones encontradas circundan esta tragedia. La primera versión ubica a un Diego Becerra escapando de un uniformado al ser sorprendido pintando un grafiti y en el momento de la huida lo alcanzaron las balas por la espalda.

La segunda versión apoyada en las declaraciones de un conductor de una buseta, ubica al joven en medio de un atraco. Al parecer, Becerra se daba a la fuga del agente que lo habría identificado y por eso recibió los impactos.

La historia de Wendy. En Barranquilla, otra urbe, con las mismas necesidades de evasión y de fuga, otra ciudad con sus furias contenidas, también carga a cuestas con su historia de aerosol y verde oliva. Wendy Ortegón, activista de los derechos de la mujer e integrante de la agrupación Uter-rap, en días pasados denunció al subintedente Robinson Polanía por agresión física y verbal.

La joven relata el momento en que decidió estampar su tag, lo que equivale a la firma en el argot grafitero. Justo en el momento en que terminaba su etiqueta, relata que el representante de la ley se acercó atacándola primero verbalmente hasta llegar a los golpes. Wendy interpuso denuncia formal en la Fiscalía. Hoy espera los resultados de la investigación.

Los estigmas del grafiti. El graffiti es una manifestación de orden cultural, social y comunicativa, envuelta de manera activa dentro de la misma atmósfera de una ciudad. Durante años ha cargado estigmas asociados con el vandalismo y la marginación social, debido a su carácter transgresor, rebelde y contracultural que siempre le ha hecho frente a la autoridad.

El graffiti es uno de los 4 elementos que constituyen la cultural hip-hop que a lo largo de los años ha representado el ghetto y las minorías.

Barranquilla tiene sus adeptos, entre los distintos grupos que se expresan de forma furtiva usando los aerosoles y las paredes, los muchachos de Sinfincru, por ejemplo, llevan años dedicándose a esta práctica que algunas veces podría resultarles peligrosa y se debe ejecutar de forma clandestina.

“Yo soy Shot Dmente, ese es mi tag. Shot significa disparo, pero no se trata del disparo que sale de las armas, como ese que salió del policía que le disparó a un grafitero. Este es un disparo de arte”, asegura Eduardo Padilla, estudiante de diseño gráfico y uno de los grafiteros con mayor reconocimiento en este momento en la ciudad.

Lo que dice la norma. Fabián Herazo, secretario Control Urbano y Espacio Público, declaró. “La norma es la 140, que no permite avisos pintados sobre muros. Sin embargo, como esto cabe en la categoría de arte, lo que se tiene que entrar a mirar son los sitios. Porque si se trata de un espacio privado se necesitaría la autorización del propietario.

De resto, para nosotros esa actividad no reviste ilegalidad, mientras no produzca contaminación visual, lo que sí podría traer sanciones económicas ”.

Una pintada suele sacar lo mejor del ingenio popular, incluso a través de este medio la sociedad ha encontrado una manera de expresar su insatisfacción, su sentido del humor, o desahogar sus emociones, constituyéndose en muchos casos, como unos de los actos de rebeldía más antiguos de la humanidad ¡Nunca confíes en una mujer aunque se arrodille. (Bill Clinton) ! Para Carlos Ortega, (Lytto), no hay mayor generador de adrenalina que un muro solitario esperando por un disparo de aerosol.

¡En este lugar, en este agujero, termina el esfuerzo del buen cocinero!

Para (Kut), José Rada, las calles y sus muros no son más que una galería abierta con entrada libre para pintar y exponer su manera de pensar.

¡ El dólar no baja, se agacha para tomar impulso!

Eduardo Padilla recuerda los dolores de cabeza que la ha traído su amor por las latas y la pintura callejera. “Me han puesto a lavar baños, a trapear pasillos. Una vez me negué a lavar unas motos en una estación de policía y me tiraron un baldao de agua fría”.

A pesar de todos los padecimientos, su entusiasmo por su medio de expresión no mengua, no retrocede un milímetro. El coronel, Sergio López, subcomandante de la Policía Metropolitana, declaró. “ Normalmente ese tipo de delitos no tienen medidas de privación de la libertad, son querellables.

Los menores de edad son conducidos a una patrulla de infancia- adolescencia que debe informar a sus padres o responsables. En el caso de un adulto se conduce al inspector de policía y se pone a disposición de un fiscal, dependiendo las condiciones del caso se puede aplicar una multa o la reposición del daño.”

Mientras continúen en pie los muros de nuestras urbes, los furtivos cazadores de lienzos callejeros, pondrán a silbar sus aerosoles y así sentar sus pensamientos, de cara al mundo y al viento.

Géneros del grafiti

‘Art Graffitti’: nace de las calles, del hip-hop, y está conformado por varios subestilos como el ‘Tag’, escrito en un estilo personal y a un solo color.

‘El Throw up’: comprende varias letras o un listado de nombres, y suele llevar más dos colores. El ‘Piece’ resulta mucho más elaborado, y en él se usan como mínimo tres colores, y se emplean varios días en su elaboración.

‘Slogan’: también llamado grafiti público, y estos parten de una opinión personal y expresan una preocupación política o ambiental.

‘Latrinalia’: grafiti de corte privado del tipo que se encuentra en los baños, espejos y puertas; puede tener contenido reflexivo o poético.

Colores, aerosoles , rotuladores, pintores, innovaciones, diseñadores. Aquí no hay nada de publicidad malsana, bienvenidos a la galería urbana. (Yury Ai)

Por Carlos Polo



sábado, 6 de agosto de 2011

‘El Fantasma’ del Joe | El Heraldo


Ahora más que nunca, con la muerte del Joe, los rumores sobre la supuesta suplantación de su voz en tarima volvieron a tomar fuerza. Las voces especulativas le atribuyen a un fantasma el prodigio de replicar tras bambalinas los colores vocales del maestro.

Edwin Gómez, más conocido como El Fantasma, aclara los pormenores de todo lo que se dice.

Con la voz quebrada y entrecortada, intenta organizar sus palabras. De sus ojos resbalan unas lágrimas irredentas que no logra controlar. A escasos cinco pasos yace el cadáver de quien fuera en vida su ídolo, su jefe, su compañero de bembé, en últimas, su amigo.

“Erda mi hermano, esto es como si le desgarraran a uno el corazón, porque es que, el Negro no fue solo mi maestro, mi profesor, sino que era mi llave”. De fondo repican los cueros de los tambores africanos ceremoniales y unas voces negroides corean los cánticos con que le rinden homenaje al bardo del folclor caribeño.

Edwin se tranquiliza un poco. Enjuga sus lágrimas en un pañuelo blanco y en un arrebato emocional, deja escapar de su boca ese sonido particular que el Joe inmortalizó, esa especie de relincho de caballo o graznido de ave de rapiña que era como su sello personal. Y es que hasta en esto le tiene el tiro El Fantasma. A este hombre, que fue su norte y su ejemplo, al que escuchó por primera vez por las esquinas del popular barrio San Roque en los billares y en los improvisados partidos de bola e’ trapo con el picó a todo timbal de fondo.

Esa voz, ese color especial, ese sabor afro de la voz del Joe se le coló en el alma para no abandonarlo jamás. Fuma el barco, fuma el barco canta Edwin con ese ronquete particular que hace recordar enseguida al gran Joe y las similitudes en el tono se hacen evidentes, los gestos, el swing, todo está ahí, imposible de negar y la incógnita se ensancha. ¿En estos últimos años de quebrantos de salud, el Joe tuvo una voz fantasma que lo reemplazaba en tarima en los momentos difíciles?

“Yo le hice un arreglo musical al Joe en la canción Sabré olvidar. Sabré olvidar, ooooo, noooo”. Gesticula, canta y abre los brazos emulando a su maestro y saca de la manga una imitación de la forma como hablaba el Joe “Fantasma pero es que me tienes pillao, el caballito, la forma de hablar, la cantada, oye Fanta, ¿y eso qué es?”.

Desde ese entonces el Joe Arroyo lo invitó a trabajar con él como corista. “Al Joe le dio una isquemia cerebral y estuvo malo por esa época, y el hombre me pidió que le pegara una ayudita: Fanta te necesito en la banda, me dijo. Joe no tenía problemas de voz sino de memoria, por ejemplo, él entraba cantando y si se le olvidaba o se quedaba en la letra, alzaba la verruga y yo me daba cuenta y entraba de una para apoyarlo y hacíamos un jueguito bacano. Mira, yo nunca canté por Joe Arroyo, eso es una calumnia, una blasfemia, un montón de basura que se han inventado”.

Y ese fantasma del chisme se espanta cuando estallan en el recinto las palmas y la canción En Barranquilla me quedo.

Carlos Polo

El caballito, una marca, un sello personal imposible de imitar | El Heraldo


Con la prematura partida del coloso, se fueron con él muchos secretos, melodías, historias. Entre ese complejo universo personal que formó su carácter, su singularidad y su genio, el Joe, se inventó su grito de batalla, su sello personal, ese sonido particular que escapaba de su garganta y que él mismo bautizó como el caballito. Como un corcel negro y brioso, Joe Arroyo registró su relincho distintivo y este se convirtió en su marca registrada.

Explica Mauricio Silva en su libro ‘El centurión de la Noche’ en palabras del mismo Joe cómo descubrió ese singular sonido. “Eso me salió en la playa, cantando contra el viento, porque esa es la manera de crear resistencia en la voz. Así nació y sí, es una contracción de la garganta, este es mí sello, muchos lo han tratado de imitar”.

Juventino Ojito, compañero de tarimas y luchas, recuerda cuando el maestro le habló sobre el tema. “Él me contaba que desde muy niño empezó con la idea de la imitación de un caballo y que era una distracción: Pero ese divertimento se le fue convirtiendo en una cosa que sentía que la podía incluir en sus grabaciones.

También tengo entendido que alguien alguna vez le dio unos tips que era colocarse unas piedritas bajo la lengua y eso lo practicó él”.

Chelito de Castro cuenta que esa característica especial, ese toque particular, era parte de la magia del Joe y que por consecuencia no ha podido ver a nadie que lo pueda hacer igual. “He conocido muchos que tratan de imitarlo, que les sale parecido, pero no. Siempre que tocábamos Echao pa’ Lante el Joe lo soltaba.

Eso tenía que hacerlo sin abusar porque, eso requiere de cierto esfuerzo”.

Para Julio Estrada, el entrañable Fruko, ese fenómeno era único, irrepetible, algo que se le daba al Joe desde dentro, desde la misma esencia. Le nacía de manera innata.

“ Yo estuve de cuerpo presente en los estudios de grabación. Estábamos grabando El Ausente, yo le digo Joe, di algo y al Joe se le ocurrió grabar esa genialidad. Eso es de índole espiritual, como el grito de Tarzán, nada de piedras en la boca, se hubiera cortado u ahogado, ja, ja, ja, ja”.

Por ahora la técnica se fue con el maestro y nada se pierde con intentarlo.

¡Jiiiiiiiiiiiiiiaa!

Por Carlos Polo

‘El Negro Ray’, del fulgor salsero a la venta de almuerzos | El Heraldo


De una vieja grabadora empotrada en la ventana se escapan las azarosas melodías de salsa brava alternadas con algunos informes noticiosos de última hora.

El locutor comenta los detalles sobre el estado de salud del Joe Arroyo. El Negro Ray o Bollo e’ Yuca, como se conoce popularmente a Pedro Pablo Cárdenas, rastrea dentro de su cerebro algunos recuerdos de su infancia en Cartagena.

“Yo anduve pegado al Joe, el hombre cantando y yo tirando pases, estábamos pelaos y andábamos por ahí rebuscándonos, mira las vainas de la vida, ahora ambos estamos jodidos de salud”.

Al lado de las mesas disponen una serie de sillas, ajustando los detalles del comedor improvisado que funciona en la terraza de la casa de El Negro Ray.

Pequeño negocio con el que intenta resolver una situación económica difícil que viene apretando a la familia desde hace más de un año, cuando en la inauguración de un estadero en el barrio Las Moras, en una voltereta de baile, la vida de Pedro giró, giró… unos cuantos grados de alcohol en la cabeza, una tarima demasiado inclinada, el fervor de los timbales de Tito Puente amenizando la faena, la emoción, la velocidad de los pies volando en la descarga, la vuelta equivocada, el vacío y la caída… su médula espinal quedó afectada de tal manera que aún después de la operación y del año y cinco meses de terapias, Bollo e’ Yuca continúa sin poder subir a un escenario.

Pedro tiene 60 años, en el sabor de sus pies, en la gracia de sus caderas y en los contoneos histriónicos de su cuerpo siempre ha estado la fuente de sus ingresos. Bailarín y humorista.

El Negro Ray ha pasado por muchas facetas en esta vida. De niño, al lado de su padrino, recorría los estaderos de música boricua en La Heroica bailando mambo. De ahí nació la inquietud que lo traería hasta la ciudad de Barranquilla, jugándosela en cuanto concurso de baile de salsa apareciera, siempre saliendo victorioso.

De trofeo en trofeo, de medalla en medalla, se fue moviendo entre las capitales más importantes del país, ganándose una reputación que hasta el día de hoy le ha merecido un gran respeto y reconocimiento. En casa de su madre conserva una colección nada despreciable de 69 trofeos y 12 medallas.

El Negro Ray llegó a punta de esfuerzo al Ballet de Colombia, donde logró sostenerse durante ocho años. Pedro Cárdenas se alimentó de mundo. Nueva York, Londres, Bélgica, España, Francia y otros más. Con una vieja carpeta en sus manos, Pedro Pablo enseña los viejos recortes de un ‘periódico de ayer’, donde su vida y sus logros se van destiñendo poco a poco.

El Negro abandonó el Ballet para seguir una carrera en solitario, y de estadero en estadero arrancó con su rutina de fonomímicas, con las que fue cultivando un público. De golpe llegó la televisión. Al lado de sus amigos Ley Martin y Rafael Sequeira, inicia su faceta de humorista. Llegan momentos de abundancia, de contratos, dinero y estabilidad.

El show de Ley Martin, La gozadera y Sabroshow, programas con mucha audiencia. Su popularidad subía, y su vida entraba en un torbellino de desenfreno: gastos, mujeres y licor. Hoy, con su caminar rengo, apoyado en sus muletas, se lamenta de tantos errores ingenuos.

Sobre todo al recordar que cuando podía trabajar, devengaba alrededor de ochocientos mil pesos al mes, y en este momento sino es por el rebusque de los almuerzos no sabría qué sería de él y su familia. El Negro añora con toda su alma el adictivo sabor de los aplausos, la magia dormida que habita en sus piernas.

Sintiendo el abandono y la indefensión en que se encuentra sumido no puede evitar unas lágrimas que resbalan por su rostro.

“Esto es duro, no poder bailar, no poder trabajar, yo estoy solo, la gente me ha dado la espalda, yo necesito ayuda”. Suelta estas palabras, y en su mirada deja entrever la magnitud de su tristeza.

La vieja grabadora escupe una dolida canción de arrabal, lenta, densa, melodramática. Pedro intenta no quejarse, pero el parte médico no arroja un dictamen alentador. Aún le faltan muchos meses de terapias y recuperación. Ray agradece el apoyo de Moisés Imitola y de Lao Herrera, que han estado apoyándolo. Sin embargo, le toca afrontar su realidad con resignación, a los pagadiario en la puerta de su casa, y las terribles ganas de volver a bailar.

Una escena soñada se repite en su cabeza: él totalmente recuperado sacando la candela de sus piernas, montado en una tarima, una luz puntual persiguiendo cada uno de sus pasos. De fondo la canción El militar, de Tito Puente, los cueros estallando y sus piernas como bólidos a toda velocidad, respondiendo, mientras gira, gira…

En sus oídos explotan esos apoteósicos aplausos que representarían el fin de este mal sueño.

Por Carlos Polo

El poeta Carteganero Gonzalo Alvarino avistó una de mis tantas muertes

En un jueves de lluvia mortecina, todos en Barranquilla se parecen a Carlos Polo. Esta tarde de arena mojada llora a un único muerto.
En Barranquilla la muerte tiene los zapatos de Carlos Polo y los arroyos recitan un poema con sus dientes. Y Carlos toma cerveza sucia en La Vía 40, ignora que lo he visto morir en esta lluvia que huele a pescado mientras su voz partida grita en la tormenta.
Carlos escucha esa multitud sin nombre
que busca su escapulario para morir con un lápiz sin punta en la garganta

Gonzalo Alvarino










jueves, 21 de julio de 2011

No todos los días se cumplen 108 años, y se sonríe para contarlo | El Heraldo


No todos los días se cumplen 108 años, y se sonríe para contarlo | El Heraldo

Ana Vicenta Gómez Escobar vive en el barrio Paraíso, y pasa sus días sentada al pie de una ventana. Ella siente la textura de los hilos con que teje cada uno de sus pensamientos, una maraña enorme que reposa en el anecdotario acumulado de sus 108 años recién cumplidos.

Ana nació un 19 de julio, un día antes de la celebración de nuestra Independencia. Festejo que le trae a la memoria los años escolares, la banda de músicos, las banderas y el patriotismo de aquellos tiempos.

Al fondo, un Sagrado Corazón que no es precisamente “el más feo del mundo”, como diría Gonzalo Arango, la acompaña en su contemplativa placidez. Ella sueña despierta, ensimismada en otra época.

Ana nació en 1905 en el municipio de Baranoa. Como buena campesina, sigue añorando los olores del monte, el rocío mañanero y los animales.

Quizás a esa vida campesina, alejada del bullicio, los azares de la gran ciudad y los excesos, se deba en parte su gran longevidad.

No es privilegio de muchos llevar un siglo a cuestas, con todas sus luces, maravillas y sobresaltos.

Ana no tiene idea de las otras ventanas y portales que hoy remolcan este mundo. Para ella Google, Facebook y Twitter no significan nada, de los únicos trinos que da cuenta su mente son los del mochuelo o las notas mañaneras del sinsonte, con los que despertaba en su natal Baranoa.

A Barranquilla se vino para brindarles una mejor educación a sus hijos, exactamente en el año de la muerte de Gaitán, o por lo menos eso es lo que cree recordar.

A pesar del temblor involuntario en su mandíbula, de haber perdido la vitalidad de sus músculos, de la soledad que produce el paso del tiempo y la inevitable pérdida de los seres amados, Ana todavía sonríe.

Dice que le sobran razones para amar la vida: los partidos de fútbol que la entretienen, el sabor de un róbalo bien adobado, el bollo de angelito, el afecto de sus familiares, que el día de su cumpleaños le regalaron serenata, torta y un sinfín de llamadas.

Ella sueña con sus ánimas, que se le acercan entre la calina nocturna para conversarle, nos cuenta entre risas, mirando hacia fuera, hacia el mundo que sopesan sus ojos, que todos los días, como un milagro, vuelve a ocurrir frente a su ventana.

Por Carlos Polo

martes, 19 de julio de 2011

“Mi devoción por la Virgen del Carmen me salvó la vida” | El Heraldo



“Mi devoción por la Virgen del Carmen me salvó la vida”|El Heraldo

“Iba con un hermano y un amigo por la 45, cuando de pronto, unos hombres empezaron a dispararnos. Eso era hasta con metra, yo trato de salir, el hermano mío y el acompañante salieron por la parte de atrás y la puerta se cerró con llave, quedé atrapao ahí y de repente le di, le di y ahí mismo grité ¡Ay virgencita linda!... y la puerta se abrió y pude salí sin un rasguño”.

Con su voz cadenciosa y sutilmente ronca que acompaña esa cantadito particular de los guajiros, Enrique Coronado relata uno de sus momentos más difíciles en su vida.

Cuando revive esos tiempos de angustia en la que él y su familia se vieron envueltos en las guerras de la ‘bonanza marimbera’, en su rostro se percibe una pena añeja. De esos tiempos ya no quiere saber nada.

Justo por esa época, en la década de los setenta y comienzo de los ochenta se aferró mucho más a su devoción por la Virgen del Carmen, la misma que le hizo el milagrito de sacarlo con vida de más de un atentado, como lo explica él mismo al narrarnos parte de su historia. Esa misma a la que le pedía con toda su fe, para que terminara de una vez con esa violencia. Por eso, decidió encargar una Virgen de Medellín para instalarla en la sala de su casa.

Arrancaban los convulsos 70s y en honor a su Santa Patrona, a Coronado se le mete en la cabeza la idea de hacer una fiesta, más no una fiesta cualquiera ¡A lo grande! con conjuntos vallenatos, champaña, vino, cerveza, aguardiente y mucho whisky, meseros, picadas y comida en abundancia. Un jolgorio de enormes proporciones, que hace recordar las fantásticas fiestas que narra Gabo en sus novelas.

Una fiesta que con los años se hizo celebre y hoy en día reposa en el imaginario colectivo de toda una generación gracias a su opulencia. El día arrancaba con su respectiva procesión por el barrio El Prado, mientras en la casona de este guajiro se ajustaban los detalles para la fiesta que se prolongaba hasta el amanecer.

Todo sincronizado, la calle cerrada con el aval de la Alcaldía, las tarjetas repartidas a los invitados especiales, por lo general gente prestante de la ciudad, los medallones de oro con la imagen de la Virgen en sus estuches para obsequiarlos, las gallinas, las tortugas, las picadas traídas de Aruba, la decoración, el castillo de pólvora de 10 metros de alto y por supuesto, los conjuntos musicales.

Por las ya míticas fiestas de Coronado pasaron los hermanos Zuleta con los que hasta el día de hoy comparte una gran amistad de la que surge sin prepararlo la emblemática canción La Virgen del Carmen a la que el mismo Coronado y el pueblo colombiano en general han bautizado como el himno oficial del 16 de julio.

“Enrique Coronado nos ha mandado una carta, desde Barranquilla pa’ los hermanos Zuleta, que el 16 de julio yo voy hacer una fiesta, pa’ que vean la virgen en la sala de mi casa”.

De fondo el ronroneo incesante del mar arrulla esta mañana apacible, Coronado apertrechado entre el jardín y la pequeña piscina, rescata de su mente aquellos hechos, que ahora se le hacen un mohín en la cabeza.

“Ya se acercaba el 16 de julio como ahora, y los Zuleta estaban en Bogotá y entonces yo les mandé una notica, que decía que se vinieran pronto, no me acuerdo bien, eso fue como en el setenta y pico y de pronto Emilianito se despachó con esa canción gracias a la notica, y quién iba a pensar que ahora suena todos los años, en todas partes y en varios países, fíjate que a mí me llaman de Miami, de Chile, a poneme la canción ”.

Para Enrique, a sus 73 años de edad este suceso extraordinario es algo que todavía lo llena de orgullo y satisfacción, que su nombre sea cantado por miles y miles de colombianos y sobre todo que que sea una veneración a su patrona.

Recuerda que esa devoción la heredó de su padre porque desde pelao, se escapaba de su casa en Santa Marta para irse a las fiestas de la Virgen lejos de su barrio.
Aquel niño de escasos 10 años, con el escapulario pegado en el pecho y una férrea fe algo inocente. Aún después de una guerra, de unas duras pérdidas y una estancia en el presidio, todavía conserva su fe. El mismo sujeto de las fiestas inolvidables, el fulano de tal al que todos tararean el nombre en una canción ambivalente, parrandera y religiosa, también compuso su propia canción a la Virgen“El 16 de julio para mí es sagrado, ese día Enrique Coronado, le hace la fiesta a la Virgen del Carmen” Una canción que fue grabada por Los Betos y que no tuvo el mismo impacto que la canción de Emilianito. Para Enrique Coronado, el milagro que La Virgen hizo en su vida, es que aún luego de todos los escarceos de la muerte, que estuvo muchos años rondando cerca a su puerta. Enrique Coronado sigue vivo “Y así es un hombre sin preocupación, porque, es la virgen de su devoción”.

Cómo nació este homenaje

Esa canción nace porque desde la vieja Sara que era devota de la Virgen del Carmen, hasta mi papá, Poncho, toda mi familia es devota de la Virgen y como mi mamá se llama Carmen, se me ocurrió componerle una canción a la Virgen. Mi amigo Enrique Coronado hacía unas parrandas en Barranquilla, nosotros íbamos, tocábamos y, bueno, estábamos en Bogotá y él mandó la carta diciendome que puso en la sala de su casa una Virgen bien bonita y así nació la canción.

Por Carlos Polo

lunes, 18 de julio de 2011

La tertulia Milenio, con licencia para armar y desarmar el mundo | El Heraldo


La tertulia Milenio, con licencia para armar y desarmar el mundo | El Heraldo

Es otro atardecer plomizo de invierno, de esos en que la humedad barranquillera aprieta con su sofocación inclemente. Los contertulios habituales del centro comercial ya se encuentran apostados en sus sillas. El aire acondicionado hace olvidar las altas temperaturas de afuera. De fondo, una trompeta intrépida revolotea a gran velocidad a un volumen moderado. El jazz se convierte en otro elemento de la escena. Al igual que las tasas vacías, los vasos con hielo y restos de sumo de naranja, un ejemplar de una revista, bolsitas de sacarina usadas y uno que otro papel abandonado en la mesa. Una carcajada contagiosa estalla entre el grupo de amigos, que todos los días, al marcar las manecillas del reloj las 4 de la tarde, se dan cita con el único objeto de conversar y distraerse.

La tertulia Milenio lleva más de seis años realizándose sin interrupciones. Entre carnes maduradas, charcuterías y enlatados, la voz altisonante del ingeniero jubilado Manuel González manda la parada: “Esta es una anécdota histórica de quien fue presidente de Venezuela a finales de la década de los veinte, que se llamó Cipriano Castro , que tuvo problemas en la próstata y se fue a curar a Europa. Dejó posesionado a su vicepresidente,y cuando regresó a los tres meses, llegó a Sanjuán de Puerto Rico, le puso un telegrama, le dijo: ‘Yo estoy bien y no voy a dejar el poder’.

Entonces el vicepresidente le contestó: ‘Yo también y yo tampoco’. Y el vicepresidente era nada más y nada menos que Juan Vicente Gómez, que sabemos que demoró varios años en la historia de Venezuela”. Una reposta como complemento fluye de manera espontánea en medio de la jocosidad compartida: “A él le decían El Leoncito y entiendo que el emblema que llevaba en el carro era un leoncito. Una vez iba con el chofer, en un carro particular y lo pararon en un punto, entonces le dice el chofer aquí llevo al señor presidente, entonces le dicen ¿ Y el leoncito? El Leoncito lo tengo atrás”. La risa camina entre los puestos. Estos veteranos ya están pensionados hace mucho del mal carácter y de las preocupaciones gratuitas, amigos entrañables que han afinado su sentido del humor porque han aprendido a su debido tiempo que la risa es el mejor de los alimentos para el alma.

La tertulia Milenio está conformada por un grupo de disidentes de los clubes sociales. El grupo completo lo conforman treinta y cinco experimentados charladores que decidieron bautizar su tertulia con el nombre de Milenio “porque juntando las edades de todos, sobrepasamos los mil años”, apunta Manuel González con una carcajada descarada. A sus ochenta es un tertuliador y mamagallista avezado.

En la cafetería de un centro comercial del norte de la ciudad han encontrado un refugio, un centro de operaciones. Esta es una tendencia que se ha generalizado, cada centro comercial tiene sus contertulios, sus asiduos que comparten algunos vínculos familiares, estudios, el barrio y una serie diversa de hilos invisibles que los hermana. Organizados en horarios y hábitos, estos respetables señores se reúnen para compartir un café, un rato agradable en buena compañía. Entre charlas, intentan resolver el gran rompecabezas universal. Cada tarde, sin falta, intentan desentrañar los misterios de esta vida y la otra; encaminar la política, comentar los deportes, enderezar la situación del mundo. Echarle una mirada crítica a la religión, la literatura, la filosofía, todos y cada uno de los temas fundamentales de esta vida recorren la mesa en medio de una nostalgia larga y arraigada.

Víctor Gutiérrez apunta con picardía: “Mire que estos supermercados han remplazado los clubes sociales. Aquí se reúnen los amigos sin previa cita, que es la función de un club, encontrarse con los amigos: Pomona, Éxito, Buena Vista, todos los supermercados tienen su caterva de vencejos”.

La conversación gira hacía un común denominador que es la preocupación por Barranquilla, ciudad a la que aman y a la que han visto enseñoreada como la principal ciudad del país, y que hoy en día ha perdido protagonismo y esplendor. Llenos de añoranza: Antonio Osorio, Julio Salazar , Fernando Fonnegra, Fernando González, Juan Amín, Alfonso Ferro Bayona, Rafael Roncallo, Manuel González y Víctor Gutiérrez. Este combo de experimentados conversadores cada vez que sonríen le hacen una finta a la vida, por ahora seguirán celebrando el antiguo rito de la amistad.

De fondo, un jazz sincopado los acompaña en sus elucubraciones, en sus carcajadas honestas y en su dura tarea autoimpuesta de entender este viaje de luces veloces que es la vida.

Por Carlos Polo