Cuento publicado en el libro "Testamento de la barriada" año 2006
Todavía no olvido aquellas noches especiales cuando llegaba Lucha de viaje con sus maletas
llenas de sorpresas y el corazón hecho un alboroto, trayendo consigo cansancio,
ilusión, electrodomésticos para el hogar, dulces, chucherías, pendejadas en
general.
Las llegadas de Lucha luego de varios días de ausencia alegraban hasta
los ratones, la nevera que por lo general lucía escueta, con tres cebollitas rojas, un
tomate viejo y dos tanques repletos de H2o, a partir de ese día volvía a cobrar la relevancia que ostentaba en la familia, una vez vuelvía a ser
reverenciada y visitada con mayor frecuencia.
Entre el cansancio que venía
pegado en sus parpados, traía también los negocios hasta la punta de las canas
rebeldes a los tintes, entre besos y preguntas de rigor comienzaba el desempaque,
la parte más emocionante. Mis hermanos y yo nos convertíamos en una especie de perros
merodeando las maletas como si en ellas guardara trozos de carne. El ritual simpre era es
el mismo, entre misterios y rodeos empezaba a decir. << Aquí hay una camiseta para ti, por
allá está el jean que necesitabas >>. Todo en orden de estatura, sin
olvidar el viejo discurso de la niña, que muy precoz se entregó al sacramento
matrimonial. << Por allá vi un vestido lindísimo ya me pinto a la niña
con ese vestido bien bonita que se vería >>. Suspirando con sentimiento.
Otro rollo que nunca falta era el olvido de tal objeto, la perdida de cual cosa,
hacía un poco de drama y se golpeaba la frente a manera de queja.
<< ¡Yo si soy bruta hombre, no se me
olvida el fundillo porque lo tengo colgado! Esta cabeza mía Dios mío>>. Pero hubo una noche en especial que se me quedó meteida en el corazón, fue la vez que me trajo los tenis de Panamá. <>. Recuerdo que ese anuncio
no me terminó de cuadrar, porque esperaba que me diera la plata para comprar los
zapatos a mi gusto y la verdad siempre desconfié de su buen criterio, pero bueno
no hubo nada que hacer ¡Friquismortis caravelus estatus! Rebusqué en la maleta
hasta encontrar la bolsa con los zapatos. Los saqué de la caja y me quedé
sin saber qué pensar, cómo definir la impresión, jamás había visto unos
tenis tan extraños, a ciencia cierta no podía decidir si me gustaban o no, a mi hermano
mayor le encantaron, sin embargo a mí no se me salían de la cabeza los Adidas
grises que quería. Me retiré en silencio tratando de disimular la contrariedad,
ya en mi cuarto los miré con mayor detenimiento y lo mismo, aunque debo confesar
que no me eran del todo desagradables, pero tampoco es que me hubieran convencido del todo. Los
lancé debajo de la cama molesto pensando: en la primera oportunidad que tenga
los vendo, deben costar su billetico, total los trajeron de Panamá.
Ocho días después mis viejos y consentidos Nike
dijeron no más, ¡Friquismortis caravelus estatus! Y me fue tocando es de
panameños, me los puse con desconfianza y hasta de mala gana. Ocho en punto de la noche, era viernes cultural, y los viernes son para enamorase, para las ‘frías’, las nenas y ese día el club de perniciosos comenzó a desfilar desde temprano, Will fue el
primero que asomó la cabeza y cumplió con el ritual de siempre,
acomodándose el cabello frente al espejo, luego el cuello de la camisa, después se ponía de lado, de frente otra
vez, no sé qué esperaba del espejo, cuando terminó con el rito narcisoide me miró
con atención como evaluando mi apariencia y sueltó un comentario. <>, hizo que levantara los pies, examinó
minuciosamente y soltó un disparo. <<¡Están la verga! Dónde los compraste>>. Y no sé por qué, pero desde ese momento empecé
a tomarle cariño a los putos zapatos panameños. <>, le contesté, Will siguió con un dele que dele
con el tema de los zapatos, en esas entraron Omarcito y pequeño Juan y de una la
agarraron con el asunto de los tenis. Que si lucha no traería algunos por
encargo, que tal, que pascual, que los tenis patatín, patatán, que si eran muy caros
y todo ese rollo...
Todas las dudas y prevenciones
con los tenis quedaron totalmente saldadas y como por acto de magia desde esa
noche se convirtieron en mi pequeño tesoro. Donde me metía la gente con la
preguntadera ¿de dónde son tus zapatos? << Los traje de Miami>>,
contestaba solo por joder, lo que más me gustaba es que los bellacos eran tan
extraños que puedo asegurar que nadie tenía unos iguales en toda la ciudad, el
resto de culicagados con los mismos tenis repetidos de San Andresito y yo espantajopeando
con mis originales panameños, pero como todas las cosas buenas tienen su
detalle, su pero, su equilibrio, según algún monje Zen, mis tenis tampoco
escaparon de la cabrona regla, y de la misma forma en que llamaban tanto la
atención, con la misma intensidad, se prendió de ellos un mal olor tan
intolerable como los últimos capítulos de
Padres e hijos, así de mal, como esa serie de televisión, ni más ni
menos. La pecueca era tan poderosa que mis hermanos me sacaban del cuarto y no
me dejaban entrar hasta que no me lavara los pies en agua caliente y sacara los
tenis afuera. Cuando Lucha los encontraba por ahí, los tiraba pa’ el techo.
Intenté de todo para controlar el mal, los lavaba
con agua caliente y bicarbonato de sodio, los llenaba de polvo hasta el tope, ¡puros placebos! Un día a la larga duraban sanos, luego regresaba el olor más
poderoso, hasta la colonia de mi hermano le regaba encima, con resultados
catastróficos. Se armaba tal cóctel de olor y semejante revoltura, que me hacía
pensar en inscribirlos en el libro de los guines record.
Una vez estando en casa de
Claudia, la propia, la de mostrar, la del pechiche, como quien dice la traga,
hombre que les cuento, el cuadro es el siguiente, estaba toda la tropa, sus
hermanas Jenis y Esmeralda, hasta su prima Deisy, el combo de perniciosos de
mis amigos, y el muy payaso de Will enganchó con el tema los berracos panameños,
para colmo Claudia quería que me los quitara ahí mismo, dizque para mirarlos
bien. Un bajón indescriptible
caminó por mi pecho, un sudor gélido se paseó por mis brazos. Tratando de
mantener la calma mostré los zapatos desde mi lugar enseñando solo el pie y
ladeándolo para que vieran; pero el estúpido de Will le cayó el tema de que me
los quitara. En ese momento se me escapó un emotivo y desesperado ¡noooo! Y un
sospechoso silencio se apoderó de todos los presentes que estaban sorprendidos
con mi reacción. Los nervios solo me dieron para reír en voz alta y articular
un montón de bobadas: << eche qué, estoy mamando gallo qué, qué pasa>>,
entre risas nerviosas le suplicaba Will con los ojos que olvidara el asunto,
pero el cabrón fiel a la regla de la tortura, comenzó a sabrosearse el asunto
azuzando más llevando al límite mi desesperación, tratando con pequeño Juan de
quitarme los pecuecosos zapatos a la fuerza, la verdad no sé cómo pude evitar
semejante tragedia, los muy cabrones no pararon hasta que no llevaron mi
angustia hasta las últimas. De repente Deisy, la prima de Claudia, lanzó un
apunte endemoniado que por poco y me mata. <>. Otro comentario como
aquel y me soltaba a correr ¡por Chucho que sí! Will quien después de todo es
un buen ser humano, aflojó, se levantó con la excusa de ir a traer algo de la
tienda invitándome de paso. Recuerdo que al llegar a la tienda mi querido amigazo se
retorcía de la risa diciéndome: << ¡tienes una pecueca, no, eso no es
pecueca, es macueca, la mamá de la pecueca hijueputa!>> Nos quedamos en la
tienda el tiempo necesario mientras se olvidaba el asunto.
Semejante sofoco
aumentó mi paranoia con los zapatos, entonces los dejaba todo el día en el sol,
los lavaba con un químico de mi invención que contenía los siguientes
ingredientes: dos tapas de limón, tres bolsitas de bicarbonato de sodio, medio
tarro de talco para pies, Fab, fabuloso lavanda, sal, colonia de mi hermano,
todo disuelto en agua, los resultados eran nulos, el olor persistía.
Mi problema continuaba sin asomo
de solución por ninguna parte. A dos cuadras de la casa se mudó una niña, ¡una
nena! Ufff, una chica de esas modelo importado, estaba como se le daba la gana
con sus piernotas, la piel rosadita, unas cejas bien pobladas, ojos color miel,
un pecho erguido y orgulloso, un culo bien ubicado sin sobrantes ni faltantes y
aquella cabellera dorada que danzaba con el viento. Llegaba a la tienda con ese
habladito dulzón y la carita de yo no fui. Tenía a todos los buitres
alborotados con sus blusitas cortitas y justas, los desconcertantes culí-shorts, mejor dicho, la aparición de la chica en el barrio tenía en shock a las
cuatro generaciones, incluyendo esposas, novias, abuelas, abuelos, en fin, el
chisme del momento.
La tribu de perniciosos mudó su
centro de operaciones para la tienda, solo para esperar las idas y venidas de
aquella cosa esplendorosa, cuando aparecía con ese caminado provocador
alborotaba el avispero, cual más sombra hiciera, Will pantallero por naturaleza
le daba por la movedora de pelo, la habladuría fuerte, algunos comenzaban el
show de karate, Genaro sacando pecho y rascándose los bíceps, por supuesto que
yo no me quedaba atrás, me caía la entradera y la salidera de la tienda
cantando en un inglés mal trecho acompañado con ciertos pasos dance de moda y
la nena ni una miradita siquiera, se largaba con aquel delicioso uno, dos, uno,
dos, sincronizado meneando aquello tan codiciado y hasta el momento distante
como las estrellas.
Las apuestas estaban sobre el tapete, el que
coronara tenía derecho a una noche con todo pago en “la barra de Jack”, pero
eso no era nada comparado con el prestigio, el respeto y la admiración que
ganaría el afortunado que lograra conquistar a la chica, hasta gallinazos
reconocidos de otro corral rondaban por ahí peligrosamente, así que el asunto
no estaba nada fácil.
Omarcito como buen lambón la
conoció primero, pero nada, el pollo estaba lelo, le quedaba grande, aunque
puedo reconocer no sin vergüenza, que más de una vez me logró dar en el coco
cuando pasaba por la casa de la nena y lo pillaba carreteando de risitas y
tales, los códigos preestablecidos no permitían meterse en el medio cuando un
hermano estaba al turno, así que por el momento todo el mundo quieto en
primera, Omarcito estaba al bate, nada que hacer.
Una noche de regreso de
la casa de Claudia hecho una sopa de embrollos, líos emocionales y confusión,
la verdad no estaba preparado para las grandes ligas del amor, no había salido
de un rollo cuando ya estaba en otro, Claudia perdóneme y perdóneme, en algún
momento me iba mandando al carajo de una buena vez y por los síntomas, ese
momento lo tenía encima. Tal era el lio en mi cabeza, por un lado no quería
perder a Claudia y por el otro necesitaba aire, libertad, espacio, con esos
pensamientos rondándome el coco me tropecé
con la dulce mirada de la paisita sentada sola en la terraza de su casa, de
repente aquella voz dulzona me llamó, pensé para mis adentros ¡Omarcito estás
fuera de juego, out side contigo bro!
Cabizbajo muy fuera de forma por lo de Claudia, totalmente desinflado me
acerqué diciendo un simple buenas a secas y la niña preciosa me
preguntó por los condenados tenis, que si eran unisex, que dónde los había
conseguido, que le gustaban mucho; pero lo mejor, lo más interesante fue lo que
dijo al final: <> ¡sonaron las
campanas! ¡E pa’ caballero, esto se puso bueno! A pesar de todo estaba
demasiado friquiado para seguir el juego, muy decentemente me retiré a pensar
en Claudia, aunque de vez en cuando se me atravesaba la paisita y su interesante
comentario.
Pasaron los días y la situación
con Claudia empeoró al igual que mi comportamiento, ya no disimulaba cuando
estaba por allí en alguna travesura, el hilo continuaba tensándose, Claudia
pasaba de ultimátum en ultimátum y yo pa’ lante como la cucaracha, como la
mosca, cagándola; los tenis trajeron consigo una suerte tan berraca como su
pestilente olor, no había fiesta o rumbita donde no bateara de hit, no era necesario una conversación
de esas tristes y truculentas para dar por sentado que la historia con Claudia
había llegado a su fin de manera mansa y tranquila, casi sin percibirlo.
El bueno de
Will apareció de repente con planes concretos invitándome para una fiesta, pero
mi humor no estaba para eso; mi estado de ánimo no estaba para la pachanga, ni el
chucuchucu, no, más bien imaginaba unos tragos tranquilo, unas cuantas ‘frías’
acompañadas de la música adecuada, Will que es un tipo comprensivo me invitó a
“la barra de Jack” el panorama cambió, el cielo se despejó. Seguro que este era
un buen plan para un jodido día como ese de ilusiones rotas.
La noche transcurrió entre
recriminaciones de Will por mi actitud para con Claudia, clavándome el puñal
hasta el fondo, con el rollo de que ella no se merecía lo que yo le hacía y si
la había perdido toda la culpa era mía, entre confesiones, reflexiones y culpas
a medio admitir, la noche terminó trayéndonos
un exquisito e inesperado regalo, la
linda paisita llegó con un par de nerds
medio lelos, gafufos y peinados de medio
lado como si una vaca les hubiese lamido el cogote.
Se ubicaron justo enfrente de
nosotros, Will afiló sus armas y empezó a pantallar como podía, por mi parte
estaba indiferente, con la cabeza echa un nudo: Claudia, mi libertad, las
chicas, mis amigos, el trago; tenía que tomar una decisión, cambiar o renunciar
a ella. Al juzgar por el comportamiento de la paisita, el par de nerdos no
alcanzaban a distraerla del todo, porque a la niña se le saltaban los ojos
pendiente de nosotros, cualquier cosa que hiciéramos le parecía divertida, Will
estaba que no se lo creía. <>, Will no dejaba de utilizar el plural;
nos, nos; aquí y allá. Mientras que yo, recordando el comentario que ella me
había hecho la otra noche, me sentía con ventaja, pero con Will nunca se sabía, me podía
faulear y dejarme fuera, ya me había pasado antes. De repente la niña se disponía a abandonar el bar, y no sé si
fueron ideas mías, pero creí que me había apagado una lámpara, Will me lo confirmó
emocionado. << Uuuy me picó el ojo, no la viste>>. Bueno yo pensaba
que el detalle era para mí, pero si Will estaba seguro de otra cosa que se le
podía hacer.
Luego de un par de canciones
planeadoras, de esas que te mandan fuera del planeta, las sorpresas apenas y
comenzaban, Catalina regresó a la barra y sola, a Will se le querían salir los ojos de
las órbitas, para colmo sin preámbulos,
ni presentaciones, se acomodó en nuestra mesa, me saludó con tal confianza como
si me conociera hacía mucho tiempo y por lo primero que preguntó fue por mis putos tenis panameños. << Ya le
comentó a su mamá si me puede conseguir unos>>. Luego de diez minutos
Will entendió hacia donde tiraba la balanza y colgó los guantes, como era
código entre nosotros se tomó la molestia de facilitarme las cosas, se largaba
por ratos prolongados donde James a necear con los discos colocando música para
la ocasión; sin embargo yo tenía una poderosa preocupación... mis bolsillos
como de costumbre estaban vacíos, y se podía escapar la palomita por algo tan
trivial como el cochino dinero. Cuando terminó una de las mejores tandas de la
noche, James nos sirvió cervezas, Will me hizo señas desde la cabina de sonido,
el mensaje estaba decodificado ¡No te preocupes Charles!
Bueno aquella preciosura de nena no tenía nada de tímida y lo lanzada lo tenía de sobra, quizás
demasiado para mi gusto, pero ante semejantes atributos no se podía ni siquiera pensar en luchar.
Luego de un par de rondas de cervezas y la personalidad extrovertida y
fresca de Catalina lograron que me soltara, el problema es que cuando eso pasa
termino corriendo a las chicas, intimidándolas, pero ella era de otra madera,
pareciera que le fascinara mi agudeza, mi franqueza vulgar, era como si la
estimulara. Otro elemento desconocido para mí era su sonrisa, que no era linda
ni mucho menos, no señor, sin eufemismos: arrechadora y punto y eso era un
merengue de risitas, guiños, roce de
piernas, una mordedera del labio
inferior cada dos minutos, socio es asesino, ¡matador!
Will desde su lugar me abría los
ojos, gesticulaba desesperado, estaba que me tiraba de la silla, creo que
pensaba que iba muy despacio, incluso Catalina sutilmente me daba a entender lo
mismo, no lo pensé más, la tomé por el cabello trayéndola hacia mí y le sembré
un beso donde puse todo el veneno que
pude, para mi sorpresa Catalina gemía y se retorcía como si la tuviera dentro y
hasta el fondo, eso me pareció bastante curioso, su mano empezó de una buena
vez y sin preámbulos a sobar mi pistola, pensé esta paisita vuela a la
velocidad del sonido, para mi asombro me soltó al oído: << tengo ganas de
acostarme con usted>>. Gancho directo a la mandíbula, knock out; ¿qué hacía? Catalina notó
algo en mi rostro y soltó un comentario que hirió mortalmente mi ego. <>.
Atrapado en la esquina recibiendo semejante paliza no tenía otro recurso que
pelarme la cara, era la sinceridad total o no iba más al baile y le solté a quema
ropa: < me invi...>> sin dejarme terminar volvió
a disparar: <>, no acostumbrado
a ese trato impersonal de usted, una cosa que me parecía demasiado fría para una chica que me estaba
invitando a acostarme con ella, me levanté dudoso sin creerme todavía lo que me
estaba pasando y le eché una mirada de reojo a los berracos tenis. De lejos y
con señas me despedí de Will y de James.
Estando en el motel, en una habitación con aire
acondicionado para colmos, fue que me
acordé de mi problema con la maldita
pecueca, ¿qué podía hacer? Si me los quitaba como mínimo la privaba, la
espantaba, me dejaba allí parado como carpa de circo, a lo mejor le podía producir asco. Estas vainas solo me pasan a mí, recuerdo que
esa frase se empezó a repetir en mi cabeza como el estribillo de una canción
pegajosa.
Catalina se desvistió como un
bólido de fórmula uno y señores pa’ que, qué monumento, qué espectáculo, una
obra de arte hecha carne, piel y huesos. Me puse trucho y me quité la camisa,
me desajusté la correa, bajé la
cremallera y la tomé por el cabello, la volteé dejándola de
espalda sin soltar la presión en su cabello y embestí primero torpe sin
alcanzar a embocar, ella se desesperó, pero se puso colaboradora y me ayudó guiándome con
su mano, una vez dentro empezó a moverse
y gritar como desquiciada, era una de
esas mujeres sumadoras, +,+,+, eso enloquece a cualquiera.
Cuando caímos exhaustos y nos tendimos en la cama me preguntó: << ¿Siempre lo hace con ropa?>>, en ese momento volví a acordarme de mi problemita y solté un chorro amañado dándomelas de conocedor: <
Me refugié en el baño, le puse seguro a la puerta por si acaso, me desvestí completamente, el mal olor no lo soportaba ni yo mismo. Me puse manos a la obra, agua para los pies, jabón y empecé a maldecir preguntándome, ¿por qué carajos en los moteles colocan estos jabones tan diminutos? Seguía bregando como podía para desaparecer el olor y Catalina tocó la puerta. <
Llegando a la esquina de mi casa me salieron dos tipos armados con puñaletas: <
El más viejo rugió y dijo: <>.
Me los quité muy nervioso, el más joven descargó un insulto: <
está podrido >>. El otro lo acompañó: << ¡sí bota esa mierda nojoda!>>
Lanzaron mis tenis sobre unos techos lejanos y se largaron corriendo entre risas, no sin antes gritarme de nuevo:<< ¡usa Mexana cochino!>>
Y ese fue el final de mis recordados y queridos tenis panameños.
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