El premio a la mejor crónica Digital lo obtuvo ‘Un Carnaval con el disfraz de ‘La abandoná’, presentado por Carlos Polo Tovar en el portal web LaCháchara.co. “Es un trabajo creativo, en el que el periodista se arriesga a contar la historia de este disfraz desde su propia vivencia, sin eludir las responsabilidades que tiene con los colores y los detalles perdurables de la historia”, afirmaron los jurados.
Por Carlos Polo
La calle 72 era un hervidero de marimondas, maríasmoñitos, monocucos, gorilas, negros tiznaos, mujeres y hombres luciendo camisetas de colorines estridentes, frías, ron, aguardiente, whisky y gente yendo y viniendo de la Vía 40, a la espera de esa guerra en donde solo se disparan flores. Todos queriendo ser partícipes de la batalla de tambores, gaitas y danzas en medio de los cuatro kilómetros más gozones del Carnaval.
“¡Andaaaa Mireyaaa!”, gritó un monocuco asomado a la ventanilla de un bus. Un tipo ataviado con un sombrero vueltiao, corbata rosada y camisa de flores, tras una mirada escrutadora, soltó la mano de su bella acompañante, se llevó la mano al pecho y en tono burlón soltó una perla: “Acabo de conocer al amor de mi vida”. De una camioneta plateada que transitaba a paso lento por la calle, se escapó un grito que atravesó la acera de pretil a pretil. “¡Qué marica tan feo en la vida, nojoodaaa!”.
Puedo confesarles que en ese momento me mordió la duda, ese instante me iba como acojonando, como aculillando, y recordé de golpe todos los años de búsqueda de ese otro personaje que he venido representando, de esa performancia perpetua que se convirtió en una máscara permanente. Vestido de jeba ya no era más el duro, el tirador de trompá, el aprendiz de cosaco, el ‘rey lagarto’ Bukowskiano y Milleriano, el gonzo tropical de pelo en pecho, cigarro a un lado de la comisura del labio y dientes apretados. ¿Y qué coños hago aquí? ¿Qué carajos son estas cejas pintadas, este rubor, este labial carmesí, este escote, estas tetas falsas fabricadas con medias? ¿Y qué coño hago apretujado como una butifarra mal amarrada, luciendo mis piernas pelúas metido en un vestido ajeno? “¡Eso, vacílatela toda machi!”, gritó un pendejo desde una camioneta de alta gama. Tengo un mico narizón para que lo sepas tú / también el mico es ojón y es bastante pelú/ es morisquetero mico ojón pelú/ y también hace piruetas/ mico ojón pelú…
“Mamando ron y enmaicenao así quería encontrarte, tú eres un
irresponsable, nojoda, y me tienes al pelao sin el pote e’ leche,
mamando frías, Jose, irresponsable, mentiroso, mentiroso, mentiroso…
traidor”. Al fondo una mujer gritó. “¡Tiene que hacerle la prueba de
paternidá!”. El macho caribeño mama ron e irresponsable, ataviado con
una camisa anaranjada carnavalera, se metió la mano al bolsillo y resonó
en el fondo del pote vacío de Nestógeno el ting, ting, ting de las tres
primeras monedas que se convirtieron en lo que los comerciantes llaman
con cariño el ‘nombre de Dios’.
Ahí iba la gigantona otra vez atravesando la calle a tranco largo,
ahí también iban mis huesos con el sol picoteándome con saña el espaldón
apiñado en el vestido. Una espalda ancha que lucía más bien como un
viejo caparazón de tortuga, ahí iba ella persiguiendo Joselitos, Joses y
Juanchos ‘chapetos’ y enmaicenaos. “¡Aeeehh polillón!”, recitó un pequeño de unos nueve años, un ‘salmo’ aprendido de memoria al ver pasar a La Abandoná.
“Ajá Jose, mamando ron y tirando maicena y tu pelao’ pasando hambre,
porque ni pa’l pote e’ leche le has querido dar. Ay Jose por qué nos
tienes abandonaos ¿Es que ya no quieres que te lo menee, Jose? Bandido,
vacilándola bacano con esta mona desteñía y tu pelaito chupando filo.
Traicionero, guaricho, morrongo, vergajo, baracunato, gorzobio, fulero”.
Ting, ting, ting continuaron cayendo en el fondo del pote los ripios
del rebusque, mientras la mañana escapaba entre golpes de tambores y
gaitas alegres que iniciaban su bronceo al calor del mediodía.
Una vitrina imprudente me devuelve la imagen de esa cosa en la que
estoy transformado, la impresión me paraliza, definitivamente Freddie
Mercury con todo y su puto bigote de brocha y su meneaito de caderas
coreando alegre I want to break free… se ve mucho más delicado y femenino que esta cosa que camina al lado de mi sombra. I
want to break free from your lies/ You’re so self satisfied I don’t
need you/ I’ve got to break free / God knows, God knows I want to break
free…
Estoy seguro que Wesley Snipes en la película Reyes y Reinas
lucía menos parapetoso que esto que hoy carga mis huesos. Me siento
como un improbable Danny Trejo, como el propio Machete caminando a
mediodía por Sunset Boulevard en minifalda y blusa escotada.
Ni Machete luce tan terrible como esta cosa recostada contra un muro,
que expele el humo de un piel roja sin filtro y baja un trago de cerveza
para engañar la condenada canícula.
Varios extranjeros recién desempacados de una buseta soltaron
tremendas carcajadas ante la extraña imagen y se tomaron varias
fotografías con esta cosa rara.
1:30 p.m. barrio Boston cercanías del desfile la 44.
Algunos de los sabrosones Joses, cuando la cosa con ojos y vestido se
acercaba con su letanía lastimera, se hacían los locos y no se ‘bajaban
del bus’ ni con una miserable moneda, se remitían a pasar su dedo
pulgar por el cuello en señal de degollamiento y con eso pasaban de
largo. Otros al ver la potrancona de espaldas anchas acercarse a lo
lejos con el pote de leche vacío y el bebé acunado entre los brazos
huían despavoridos como escapando de verdad de una mujer abandoná y
fastidiosa. Entre los tenderetes de ventas de chuzos, chorizo, cervezas,
fritanga de todos los tipos y especies, entre carteles que invitaban a
apartar una silla o a comprar un refresco, un cartel escrito en grande y
con marcador azul rezaba la más primitiva de las oraciones: “Meada a
1.000. Cagada a 2.000”. Una pequeña muestra de lo que encarna la
filosofía de esta fiesta del desorden, el vacilón y el desparpajo,
porque en “Carnaval quien no está haciendo plata, la está gastando”.
Cuando era un niño, a mediados de los años 80, los hombres
disfrazados de mujeres quejosas y en aparente abandono pululaban en
Carnaval por las calles de los barrios, su escenario predilecto eran las
terrazas, las tiendas, los estaderos y las orillas de los bares.
Recuerdo que llegaban en grupos de a dos y de a tres y tomaban por
asalto a mis tíos y vecinos que se sabroseaban el Carnaval a golpe de
aguardiente y frías. Los recuerdo maltrajeados, con un tufo endemoniado
de tres días de trago, maquillados, con barba y bigote, con vestidos
viejos, ajados, piernipeludos, llorosos, pidiendo dinero so pretexto de
la manutención de sus hijos abandonados (unas muñecas de trapo que
cargaban como a un trasto). Hace varios años que no los veo, su
presencia para algunos incómoda, para otros divertida y tradicional, fue
menguando con el paso del tiempo, ahora se ven cada vez menos, uno que
otro en los desfiles y uno que otro recorriendo las calles de los
barrios populares.
De acuerdo con Mirtha Buelvas, psicóloga social, con estudios en
antropología, investigadora cultural y docente universitaria, este
disfraz que usan los hombres de mujer abandonada carnavalera también fue
heredado de Europa. La investigadora explicó que este es un disfraz
característico del Carnaval de Barranquilla y además que, en su oralidad
y en la jerga que emplean, radica su gracia.
“Toman cosas que han estado pasando, usan el contexto, o sea que la
oralidad que ellos trabajan es donde está la sorpresa. La idea es hacer
reír, no el mismo vestido. Este disfraz tiene una referencia europea
humorística, pero aquí tiene la expresión de su propio contexto, el del
Caribe colombiano, de esos hombres que no cumplen con sus
responsabilidades con los hijos, que no dan para la comida, para la
leche. Y a su vez es una forma de rebusque. Ese disfraz también lo hay
en España y aquí se pueden encontrar en las Mojigangas de la Depresión
Momposina o en las Farotas”, explicó la investigadora.
Para la académica, el disfraz busca reflejar a ese caribeño
irresponsable retratado en personajes como Aureliano Buendía de Gabo,
quien en últimas es “muy del Caribe colombiano y que tenía no sé cuántos
hijos y ni se conocían. Todo disfraz es reflejo de lo social y ese
disfraz también refleja eso”.
Barrio Abajo 3:30 de la tarde, inmediaciones del arroyo de la María.
Un combo de mujeres alborotosas y divertidas le pidieron a esta
‘pobre abandoná’ que ya llevaba entre pecho y espalda un litro de whisky
barato y más de ocho cervezas, que posara junta a ellas para una foto.
“pa’l Facebook”, dijo una.
Eie né? / Eme Pemba Ó Pemba Pemba Laka/ Ó Laka? Laka xinge/ kuaia
mbonzo Ó mbonzo? Mbonzo maku bê/ maku bê muxi / Ó muxi? Muxi ngato Ó
ngato? Tronó desde la tienda de la esquina el sonsonete de esa
canción pegajosa que desde Pre carnaval se repite cada cinco minutos
desde cualquier reproductor de sonido de la ciudad.
Un grupo de turistas del interior del país también me solicitó que
posara con ellos para unas fotos, y un cachaco engafao’ y pasado de
voltaje se me pegó a una de las tetas postizas y le dio un beso. El
pobre muchacho no tenía ni idea de que lo que estaba debajo del escote
eran un par de medias sucias enrolladas. “Anda que mujé toletua,
compa”, gritó un Congo borracho que atravesó la acera moviéndose en
zigzag. “Oye gigantona, vamos, móntate pa’ amansarte. Mami rica,
pencúa”, gritó un grupo de vaciladores que pasó raudo en un taxi tipo
‘zapatico’. En Carnaval hasta un adefesio como esta cosa que camina
puede encontrar un poco de amor así sea escapado de una botella o
producto de las bebidas espirituosas o embellecedoras.
“Ayyy Jose, viste tú, nojoda, aquí borracho y sabroso mientras a tu
hijo, con esta atracadera que hay aquí, ya le ‘avionaron’ un ojo.
Míralo, quedó tuerto el pelao; claro, como tenía los ojos azules, ya le
sacaron uno pa’ vendelo, y tú mamando ron con esta mujé. Me dijiste que
me ibas a llevá pa’ los Estados Unidos porque el pelao nos había salido
moni-ojiazules y ahora con el pelirrubio ‘emputao’ que está mandando
allá nos quedamos jodidos porque por allá ya no nos quieren. Ayyy Jose
no seas tan ‘duraznol’, nada más vas a dar 200 barras pal pote e’ leche,
más duro que un sancocho e’ tuerca”. Entre el barullo y las carcajadas
de un grupo de quilleros de esos que gozan el Carnaval desde la terraza
de su residencia, una voz femenina ripostó mi retahíla con un: “¡Eche,
eso es pa’ que no vuelvas a abrir las piernas”.
4:30 de la tarde, barrio Las Nieves, calle 27 con carera 15
La cantina llena de machos solos y borrachos celebró la llegada de
una mujer aunque fuera de mentiras, aunque fuera solo un disfraz. Del
reproductor de sonido escapaban unas notas melancólicas y despechadas de
un corrido. Un borrachito de ojos verdes se tomó a pecho la supuesta
paternidad del bebé y no solo me pidió insistentemente que me sentara en
sus piernas sino que además se empeñó en besarme, y como si fuera poco
quería que bailáramos. Cuando se puso de pie y empezó a bailar solo y
pandeao, me dije a mí mismo: “Este sí que está frito, coño, y entonces
¿qué pretende? ¿Una lucha de espadas? Este loquito como que se sueña en
un capítulo de Star Wars. En todo el recorrido, en donde fueron
más generosos con las propinas y la ‘contribución’ para el pote de
leche del pelao fue en esa extraña esquina en donde no se escuchaban ni
cumbias, ni bullerengues, ni música afro antillana, sino tristes
corridos de despecho y no precisamente sofisticado.
Para Rafael Soto, investigador de la cultura popular y el Carnaval,
licenciado en ciencias sociales con maestría en filosofía, al Carnaval
se le ha mirado desde el punto de vista de los imaginarios establecidos
por las altas clases, se le miraba como algo muy del pueblo, del
populacho y “entonces el Carnaval siempre se vio con una connotación
negativa, no estaba permitido que las mujeres participaran porque no
eran bien vistas y mucho menos los niños. Entonces había hombres que se
disfrazaban de mujer para suplir esa ausencia. Eso por un lado. Y por
otro, para hacer una especie de homenaje a la mujer, entonces algunos
hombres se disfrazaban de mujer, de madres abandonadas y llevaban un
muñeco y lloraban haciendo una especie de parodia o de reclamo al hombre
irresponsable. Muchos que incluso conocí decían que era su rebusque
para pagar la matrícula y comprar los libros de los hijos después de
carnaval”, explicó el académico.
Soto recordó también que si algún tipo se pasaba de la raya
faltándole el respeto a uno de estos disfrazados, “así como agarrándole
la nalga o algo, le zampaban la mano y lo privaban”.
Para el académico el disfraz de La Abandoná ha ido perdiendo
importancia porque en la actualidad estamos en un mundo en el que ya hay
un reconocimiento a la mujer y esta ya participa masivamente en el
carnaval y es bien vista. “Los tiempos han ido cambiando. Las mismas
circunstancias y el mismo disfraz también ha venido cambiando”,
finalizó.
Los últimos tres años en carnaval me he convertido en el gorila
feroz, el mismo que fue la pesadilla de mi infancia, he sido el negro
tiznao con petróleo o carbón raspao, ese que pide la ‘liga’ blandiendo
un tranca, pero este año fui otro, mejor dicho fui ella, La Abandoná,
quejosa e insoportable con aliento a licor y piernas peludas, pero y
¿qué es lo que buscamos al transformarnos en otra cosa, en otro o en
otra?
La verdad, de acuerdo con eso que puedo intuir cuando miro para
adentro, es que me he venido disfrazando como esperando recuperar o así
sea morder un pedacito de esa niñez que hace bastante tiempo partió sin
despedirse, o quizás como esperando propinarle un golpe a la nostalgia o
zumbarle una carambola a la melancolía, pero este año… este año fue mi
mayor desafío, la verdadera trasgresión, el traspasar el límite… aunque
solo haya recogido unos $30.000, una suma irrisoria que no le alcanza a
una madre en apuros ni para un pote de leche, la verdad es que me
divertí un mar y una vez más pude vivir un carnaval de antaño, de
barrio, de bordillo, de gente bacana… ponte bacano que hay baile hoy/ ponte bacano que hay baile hoy…
Para mí, que he sido barrio y calle destapada, que he sido centurión de la noche y tumba techo, y techo cae techo/ techo cae techo, este fue otro vacilón inolvidable que me reconectó con esta cosa mágica y monstruosa que es nuestro Carnaval… ponte bacano que hay baile hoy/ ponte bacano que hay baile hoy…
Equipo de colaboradores:
Productores: Cristina Ruiz y Jorge Sarmiento Figueroa
Editor audiovisual: Ariel Arteta
Community Manager: Jennifer Cabrales
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